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El topless, vida y muerte del desnudo femenino

La vuelta del pudor y el nuevo canon de belleza promovido por una sociedad que busca la perfección tiene la culpa del declive de esta práctica.

Publicado: 24/08/2013

Érase una vez en Saint Tropez, en una década -la de los sesenta- marcada por una revolución sexual que consumarían el descaro de Serge Gainsbourg, los gemidos orgásmicos de Jane Birkin y un himno atemporal, la controvertida 'Je t’aime...moi non plus' que el Vaticano, a través de las páginas de 'L’Osservatore Romano', condenó taxativamente por obscena. Sí, los tiempos, como cantaba Dylan, estaban cambiando. Pasito a pasito. Al menos en la superficie.

Mientras las feministas estadounidenses emplazaban a las mujeres a quemar sujetadores y corsés frente a la sede del concurso de Miss América como lúcida acción de protesta para poner en evidencia su “cosificación” en una sociedad paternalista y patriarcal, Brigitte Bardot, que ya había sido elevada a la categoría de mito erótico del séptimo arte gracias a su papel en 'Y Dios creó a la mujer', se convertía en el objetivo de los flashes durante la inauguración del hotel Byblos, más tarde un icono del glamour y el desenfreno de la Costa Azul francesa. La actriz parisina, mucho antes de erigirse en defensora de los animales y solicitar la nacionalidad rusa como su compatriota Gérard Depardieu, popularizó el topless para la eternidad al bañarse con el pecho al descubierto en la Plage de Tahiti, en la bahía de Pampelonne, la primera playa nudista de Europa. Corría el año 1967 y los grupos estudiantiles vinculados a la izquierda pronto montarían en cólera contra sus gobernantes.

Hoy, en pleno siglo XXI, parece haberse diluido el significado de aquello que pretendía ser un acto de rebeldía de amplia repercusión social. Como objeto de museo sólo persisten las tarjetas postales que muestran a las francesas ligeritas de ropa y, en el litoral galo, el topless lo practican única y exclusivamente las turistas rusas. Una oleada de conservadurismo severo arropa a las nuevas generaciones cuando sus progenitores -¡incluso sus abuelos!- creían haber superado una larga retahíla de vetos, coerciones y estereotipos.

Nuestro 'trending topic' cultural es la 'nueva modestia' y las jovencitas veinteañeras se sienten incómodas ante el arrojo de unas madres que mucho tuvieron que luchar para enarbolar la bandera de la libertad.

La sociedad perfecta

“Ni la influencia de la Iglesia, ni el empeño por protegerse del sol y evitar el riesgo del cáncer de piel son motivo suficiente para explicar estas conductas reaccionarias”, sostiene Fernando Martín, un especialista en sociología de la sexualidad al que intriga el comportamiento de estas adolescentes tan proclives al rubor y el decoro.

Tal vez sea el signo de los tiempos pero, según su criterio, “somos testigos de un regresión en toda regla a valores más firmes y seguros, en numerosas ocasiones con una clara orientación familiar”. No se engañen: la muchachada no pretende empuñar ese nacionalcatolicismo que sentenció a la mujer a representar jornada tras jornada el papel de la ama de casa cauta y mesurada. “Simplemente, abogamos por la decencia pública como estilo de vida”.

Esta obsesiva preocupación por la discreción la suscitan también, a juicio del experto, los cánones de perfección cimentados por la actual sociedad de consumo. La tiranía de las 90-60-90. “La difusión de patrones de belleza irreales en los medios de comunicación ha generado un culto al cuerpo enfermizo. Si no se cumplen las expectativas, nos forramos de pies a cabeza. Y si satisfacemos la pauta, nos molestan las miradas y las sonrisas picaronas”. Ahora bien, ¿cómo hemos llegado hasta este punto del relato?

A finales del siglo XIX irrumpió tímidamente el primer bañador. O, más bien, “una prenda revolucionaria” que, dotada de camisa, pantalón y calcetines, promovía que algunos pioneros pudientes disfrutasen de las aguas del Mediterráneo con una suerte de pijama que cubría completamente la piel. Todavía en 1920 era un atuendo que pocas tiendas comercializaban, ningún escaparate exponía y, salvo los aventureros que se atrevían a vencer el pudor, rara vez se utilizaba.

La evolución estética de la moda, la transformación de la industria textil y, por supuesto, las ansias de independencia de una ciudadanía fuertemente reprimida y vigilada, favorecieron que esta indumentaria destinada al ocio lúdico fuese accesible para todos los bolsillos. Especialmente los de aquellos que ya no sentían vergüenza a la hora de mostrar el cuerpo en todo su esplendor. Entonces, la marabunta arrasó los pilares de la estricta moral puritana.

...Y Gerence creó el monokini

En 1964, el diseñador austríaco-americano Rudi Gerence lanzó un traje de baño en topless que denominó ‘monokini’. Tan simple como una pieza inferior con dos tirantes que dejaban los senos al descubierto. En su primera temporada se vendieron 3.000 unidades a un precio de 24 dólares. Con él explotó el escándalo: acoso sexual, violencia explícita, manifestaciones masivas contra su uso y países bienpensantes que lo censuraban a la mínima de cambio -cuando no se trataba de una prohibición sin cortapisas, caso de Estados Unidos-.

El alcalde de Nueva York emitió la orden de arrestar a cualquier mujer que cometiese la imprudencia de “estimular” a la muchedumbre con tamaña provocación. En Chicago, a 1.200 kilómetros de la ciudad que nunca duerme, una modelo de 19 años hizo frente a una multa de 100 dólares. Lo que podría haber pasado a la posteridad como una mera anécdota obtuvo una sorprendente resonancia mediática y logró que la prensa facilitase el trabajo de marketing al taller de Gerence, que en los ochenta intentó repetir la gesta con el 'pubikini' -en efecto, un prototipo con ínfulas de transgresión que exhibía el vello púbico-. Quizás el invento vivió su particular canto del cisne en la paradisíaca Quintana Roo, mas fue un rotundo fracaso.

El 'milagro' del elastano -la lycra, para los no versados en las bondades de este descubrimiento capital- causaría furor y los habitantes de este planeta comenzaron a disfrutar de las cosas “pequeñas y extravagantes”, que diría una popular revista de tendencias, pero algunos tabúes aguardaban pacientemente a la vuelta de la esquina un retorno a las viejas costumbres. Ahora somos tan rematadamente recatados y virtuosos para los menesteres públicos que la doble moral de los crápulas que deambulan por la agencia de publicidad de 'Mad Men' no nos resulta tan remota.

David López

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