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"Hotaru" por David López

Publicado: 19/10/2007

Aunque el Premio Especial del Jurado en el último Festival de Cannes la haya colocado definitivamente en el centro de la gran familia cinéfila internacional, Naomi Kawase no es precisamente ni una debutante ni una advenediza. Ya su primerizo “Suzaku” obtuvo el Premio de la Crítica en el Festival de Rotterdam y la Cámara de Oro en Cannes. A la espera del estreno de “El Bosque de Luto” en España (sí, su primer título en nuestra cartelera), no podría haber sido más oportuna la premiere española de “Hotaru” (“Firefly“), un proyecto dirigido por Kawase en el año 2000 que desgraciadamente permanecía inédito en nuestras salas.

En efecto, parece éste otro de esos innumerables casos en los que películas de reconocimiento global (fue premiada en Locarno y Buenos Aires) no acaban por aterrizar en una cartelera cada día más paupérrima.

La segunda obra de Naomi Kawase presenta prácticamente la mayoría de los rasgos que destacan en la filmografía de la realizadora japonesa. Posiblemente el más significativo y relevante de ellos remite a la no diferenciación entre ficción y realidad, algo manifiesto constatando el habitual estilo pseudo-documental con el que Kawase suele filmar sus películas. La mirada documental permite describir con naturalismo lo privado y lo público con una frescura y una libertad que en su trayectoria alcanza una energía visual y una densidad emocional inauditas. En “Hotaru”, Kawase nos presenta una difícil historia de amor entre dos individuos que necesariamente deben estar juntos en un contexto en el que la tragedia y el pasado les han marcado profundamente. Yûko Nakamura y Toshiya Nagasawa proporcionan sendas interpretaciones que atienden a esa ansia de credibilidad y espontaneidad que reclama el cine de Kawase. Porque ambos firman dos retratos sólidos, íntimos y terriblemente humanos. Ella una stripper, él un alfarero. La compleja relación que entre ellos se estrecha a lo largo del metraje dejaba entrever muertes y pérdidas, soledad y búsqueda. En el fondo, sentimientos y emociones que interpelan constantemente a nuestro corazón y a nuestra alma.

Antes de alcanzar en su inevitable final esa segunda oportunidad para vivir que ambos exasperan por encontrar, Kawase nos introduce en un mundo ancestral de ceremonias y rituales bellísimamente fotografiados que representan, junto a ciertos elementos de la naturaleza y los símbolos comunes de su obra, las distintas etapas de purificación personal en las que lo sagrado y lo profano se dan la mano. La aproximación a estas liturgias que parecen remitir a tiempos pretéritos hacen hincapié sobre nuestra espiritualidad y sobre nuestras pasiones. Una pasión que explota instantáneamente en los encuentros amorosos de Ayako y Daiji, que rápidamente liberan un juego de tiras y aflojas que mantiene en vilo la posibilidad de su unión.

Kawase, aún manteniendo las coordenadas dramáticas de la historia (con especial incidencia en el viaje de Ayako hacia su pueblo natal para visitar a su abuela y, evidentemente, reencontrarse con sus raíces), tampoco renuncia a la sonrisa y la ligereza agridulce. Posiblemente uno de los momentos más divertidos, sugerentes y absolutamente desenfadados del film sea también cuando la combinación de la cámara al hombro, la aportación voluntaria de los actores no profesionales y la osadía de Kawase para emancipar la acción revelan mayor énfasis cinematográfico. Me refiero, por supuesto, a esa escena filmada en un lugar público en plena calle en la que la hermana de Ayako se une a la música y la danza de unos artistas que actúan para un limitado grupo de transeúntes.

Ese deseo extremo por impedir que ficción y realidad se desgarren, ese anhelo por mostrar la vida en lugar de la representación de la vida, ha hecho siempre del cine de Naomi Kawase una experiencia extraordinaria que ningún espectador con sensibilidad y criterio puede dejar escapar. Aunque en este caso su excesivo metraje impide que la experiencia cumpla plenamente, no es menos cierto que nuestras pantallas exigen ya propuestas como ésta, ahora que las preocupaciones existenciales y vitales pierden peso en el celuloide mundial.

David López

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