“Tirador” es como ir a un restaurante filipino y que te pongan erizos en el menú, pero sin que les hayan quitado las púas. Erizos acompañados de medusas picosas y mantas rayas que transmiten electricidad, dada la contundencia de la propuesta fílmica filipina.
No me quedé al coloquio con el director de “Tirador”, un individuo llamado Brillante Mendoza, pero me habría gustado saber cómo afrontó la preparación de la película máxime porque, según parece, el tipo lleva filmadas siete películas en cinco años. Ésta, en concreto, transmite la sensación de que Mendoza se haya instalado en uno de los peores suburbios de Manila durante meses para conocer bien a sus habitantes, tramar amistad con ellos y, después, perfectamente encastrado en el paisaje, sacar discretamente su cámara para acompañarles en sus correrías como mudo testigo, sin juicios de valor de ningún tipo.
¿Cine documental? ¿Neorrealismo a la filipina? Por momentos, la historia del chico que debe dos letras del bicitaxi nos recuerda a películas como “Plácido” y “Ladrón de bicicletas”, sólo que, en vez de deslizarse por las vises cómica o dramática tradicionales, “Tirador” se lanza a tumba abierta hacia un tremendismo nihilista en que secuencias como la de la dentadura, sin ser truculentas, casi te obligan a esquivar la mirada de la pantalla.
A través de un reparto coral conformado por decenas de vecinos de un suburbio de Manila, auténtico protagonista de la película, y con un diseño de producción crudamente realista, la película de Brillante Mendoza es de las que sacuden conciencias y permiten al espectador occidental el reconciliarse con las cartas que, por suerte, el destino les ha repartido en el juego de la vida.
Una película que te deja decenas de imágenes grabadas en la retina: los furtivos encuentros sexuales, las peleas de gallos, las apuestas callejeras, los tirones, los robos con intimidación, peleas a pedradas... y todo el barullo y el caos de una capital caótica y enfollonada. Y, luego, el contraste con esos políticos vergonzosos que hablan de familia, Biblia y amor mientras compran los votos de la gente por un puñado de pesos.
Una película potente que, en las antípodas del cine facilón al que estamos acostumbrados, supone un ácido bocado de una realidad que no conocemos y que, sinceramente, nos cuesta trabajo comprender.