El preludio. Dos jóvenes enfrascadas en un partido de bádminton que enfrenta a China e Indonesia. La épica del duelo se aproxima a la incertidumbre de su clímax. Un punto en juego decide. Y alguien pregunta: ¿Qué es Indonesia? Con este interrogante Edwin interpela a su audiencia en los primeros minutos de "Blind pig who wants to fly".
En apariencia inescrutable, con un discurso no narrativo que o provoca repulsa por pretencioso o mesmeriza por la beldad de las texturas oníricas que arropan su eje vertebral, el último trabajo del diestro cortometrajista prefiere hermanarse con la sucesión intuitiva de sketches-idea propia de cierta tradición del experimental norteamericano o con las estructuras fragmentadas y abstractas del nuevo asociacionismo asiático antes que apostar por la ficción convencional cuando lo más importante no es la descripción sino la meditación introspectiva.
"Blind pig who wants to fly" es ante todo una cavilación sobre la identidad nacional y sus ramificaciones culturales. ¿Qué es una nación? ¿Qué nos une bajo el padrinazgo de lo patrio? ¿Una lengua? ¿Una religión? ¿Un sistema socioeconómico? La irracionalidad que sugiere la habitual réplica a estas cuestiones suscita una reacción por parte del realizador, capaz de articular este ensayo fílmico mutando los códigos del melodrama familiar, la comedia mordaz, el documental de creación y el musical postmoderno. Mucho más asequible de lo que en un principio pudiera predicar su opacidad, el largometraje se aferra a su alocución sobre la confusa situación de la población china en el sudeste asiático y sus complejos identitarios, puliendo con sarna la panorámica urbana de un país inmerso en tensiones étnicas, cuyo establishment político y militar oprime y priva de su orgullo a las minorías inmigrantes.
Su insólita galería de caracteres representa ese cúmulo de temores e inseguridad personal que afecta a aquellos individuos despreciados y perseguidos por la comunidad local, así como oficialmente desheredados por las altas estancias de la jerarquía gubernamental. Un joven constantemente humillado por sus raíces al que le gustaría ser japonés y viste acorde a su anhelo; una excampeona deportiva cuyo marido la abandona por una mujer de Java mientras sigue impasible elaborando empanadillas caseras; un dentista ciego que sueña con emigrar a Estados Unidos y no puedo evitar cantar una y otra vez hasta la saciedad "I just called to say I love you" de Stevie Wonder; una enfermera que está dispuesta a cualquier cosa con tal de convertirse en estrella del pop; un anciano que modificó su nombre en tres ocasiones y que espera la muerte pasando las horas junto a una mesa de billar. Todos personajes estrambóticos que conforman el círculo vital de Linda, una muchacha que cree que los petardos ahuyentan a los malos espíritus y que necesita desesperadamente encontrarse a sí misma.
Como indica el proverbio holandés con el que el viejo del salón de juegos intenta aleccionar sobre el amor a Linda, las clases no mayoritarias han sido despojadas de áquello que les es fundamental y vagan ciegas como ese cerdo amarrado a un mástil que ansía liberarse de sus ataduras y volar. Es también la metáfora de una nación ofuscada en sus injusticias por culpa de las pasiones obcecadas que obedecen a los dictados del corazón, un órgano que puede fundamentar desde las acciones más hermosas hasta las más descabelladas e inconsecuentes. Un estado al que apremia la obligación de romper las cadenas que limitan su solidaridad con el Otro. La acritud de su alegato alcanza su punto culminante cuando una pareja homesexual de vida opulenta, representación simbólica y uniformada del aparato burocrático, doblega a ese médico que suplica para obtener el status de la ciudadanía indonesia y la carta verde que le permita salir del país.
Tan hosca como críptica, no es "Blind pig who want to fly" una película dada a las concesiones pero tampoco rematadamente desalentadora. La búsqueda de sentido canalizada a través de la relación de Linda y ese joven que camina cabizbajo aspirando a cualquier cosa en la vida con tal de enterrar su procedencia, aún permite un resquicio de esperanza y reconciliación. Como en el caso de la colectiva "9808, An Anthology of 10th Year Indonesian Reform", no hay otro propósito aquí que el de arrojar luz sobre una conflictividad completamente ignorada que nos recuerda el efímero e irrelevante peso de las ideologías y las cosmovisiones cuando de nuestra interacción con el prójimo se trata. Una tarea loable que aquí y ahora resulta necesaria y lacerante.