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"Mondo Macabro" por David López

Publicado: 07/10/2007

Una auténtica lástima que las dos sesiones maratonianas de la sección Mondo Macabro hayan finalizado porque para variar son toda una fuente de rarezas, títulos inéditos y joyas a descubrir. Películas con la suficiente fuerza como para mantenerte despierto hasta las siete de la mañana tras seis horas de puro goce visual.

Torpona y algo tediosa, poco puedo comentar acerca de “Dracula Istambul’da”, revisión a la turca de la mitología literaria vampírica filmada con gracia y encanto por Mehmet Muhtar en 1953. Y posiblemente ahí radica su principal atractivo, el de narrar una historia harto conocida pero desde la óptica propia del costumbrismo y la idiosincrasia nacional, situación que sólo se puede contemplar, por supuesto, desde los ojos del cinéfilo occidental. Por eso, este Drácula no teme a la cruz sino al Corán, y se ha dejado seducir no por la clase del Londres de principios de siglo, sino por la sensualidad del Estambul luminoso de mediados del XX. Como toda asunción de arquetipos y lugares comunes de otra cultura extranjera, todo suele reducirse a contemplar como una mirada distinta los interpreta. Pues en esta caso se queda en absoluto respeto con concesiones. Claro, también en tesoro de filmotecas para disfrute del amante de la rareza del lejano vecino que aún no entiende de fallos de raccord y tiene las mismas maneras que un Ed Wood.

Aunque para rareza salida de sabe dios donde tenemos “Devil Fetus”, título dirigido en 1983 por Lau Hung-Chuen, un veterano colaborador de John Woo, Ringo Lam y Tsui Hark, que aquí ofrece uno de los menús más completos del certamen. Maldiciones concentradas en un jarrón de jade, posesiones infernales, transformaciones demoníacas, maternidad enfermiza, sexo bizarro, travestismo, canes y felinos asesinos, exorcismos rituales, misticismo, artes marciales, espadas, magia y mucha pringue sangrienta en este choque de drama familiar y gore sobrenatural. No falta de nada. Un delirio repleto de humor estrambótico inenarrable e incomprensible para amantes de la caspa bruta asiática. De culto.

En esa misma categoría debería engrosar “Silip”, curiosa producción filipina que aúna el cine de explotación de toda la vida con el drama obsesivo a lo Buñuel. Mucho sexo softcore para una historia de enorme sensualidad y tensión creciente ubicada en un marco de opresión moral religiosa y social. En realidad, una tragedia anunciada sobre la violencia primitiva, la brutalidad machista y el fanatismo religioso en pleno conflicto con el despertar sexual y el deseo carnal más instintivo. Con un presupuesto tan humilde, sorprende descubrir a Elwood Pérez filmando con buena mano un ambiente tan escabroso y enrarecido en el que una menstruación se convierte en algo sórdido y perverso.

Por su parte, Todd Morris y Deborah Twiss se sitúan en el exploit ultraviolento y el underground neoyorkino de serie B para narrar una de justicieros nocturnos. Sólo que en esta ocasión se trata de un grupo de feministas radicales que proclaman que “un hombre muerto no puede cometer una violación”. Sucia y descarnada, con la ambigüedad moral que se le presupone a estas películas, Morris retrata el último puñetazo contra el machismo con mayor osadía que el “Ángel de Venganza” de Ferrara, aportando aquí unas descacharrantes dosis de grafismo que duelen.

Aunque la joya de la programación de Mondo Macabro este año ha sido sin duda “La Rose Écorchée”, un film de Claude Mulot (realizador galo de la misma generación que francotiradores como Kikoïne y que al igual que éste combina thriller, terror y pornografía con toques de distinción) que presenta una variante de “Los Ojos sin Rostro”, el clásico fantastique de Georges Franju, a la que dota de los elementos habituales de las coloridas producciones francesas y españolas de la época: terror sexy de acentuado regusto erótico-festivo y gótico. Deliciosa de principio a fin, Mulot recurre a la atmósfera y el clímax trágico y melancólico de Jean Rollin aportando pasajes bizarros propios con un reparto encabezado por bellezas inolvidables como Anny Duperey o Michéle Perello, y la presencia, siempre grata, del sempiterno Howard Vernon en un papel que más tarde repetiría en lo básico en “Los depredadores de la noche” (1988), incursión de Jesús Franco en el mismo material original que aquí recupera el director de “”. Cine a rescatar ahora que los títulos clásicos de Rollin se están editando en condiciones y algunos directores inspirados como Phil Mucci reivindican su legado.

David López

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