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"Viaje a Darjeeling" ("The Darjeeling Limited") por David López
Publicado: 03/12/2007
Como ese hombre de negocios que interpreta Bill Murray al comienzo de “The Darjeeling Limited”, y como más tarde comprenderán los tres hermanos a los que dan voz y porte ese trío inédito pero afortunado formado por Adrien Brody, Owen Wilson y Jason Schwartzman, para coger el tren de la vida es necesario abandonar por el camino el lastre inútil cuyo peso ata nuestro porvenir. El reconocimiento y el respeto que precisa la obra de ese poeta de la nostalgia que es Wes Anderson sólo será posible si nosotros, su público, olvidamos premeditadamente muchas maletas repletas de prejuicios cinematográficos y vicios racionalizadores que contaminan la mirada neutral del espectador.
Si algo ha demostrado Anderson desde los tiempos de “Bottle Rocket” es que el preciosismo artístico y la elucubración estética postmoderna no están reñidos con la vitalidad, la melancolía y la filantropía de sus retratos universales del outsider contemporáneo y del ciudadano de a pie inmerso en el intransigente paso del tiempo. Pocos realizadores han sabido combinar con tanta pasión la escenografía conceptual, la teatralidad formal, el barroquismo cromático y la preocupación exacerbada por lo micro, con la dedicación tenaz por los personajes, criaturas que derrochan ternura y por las que el padre parece profesar admiración y generosidad.
En todos ellos, incidiendo más allá de sus actos insólitos y actitudes chocantes, encontramos siempre la imperiosa obligación de cuestionarse su papel en el gran teatro de la vida, enigma que siempre requiere de un estadio previo: la reconciliación con los nuestros. Los interrogantes existenciales de hombres que han fracasado como padres y esposos (Gene Hackman y Bill Murray en “Los Tenenbaums” y “Life Aquatic” respectivamente) o que desean recuperar la amistad y la confianza de los que son sus lazos de sangre (Owen Wilson en este “Viaje a Darjeeling”) impulsan el leitmotiv de la obra de Anderson en la que finalmente siempre se abre una puerta a la esperanza no por ello exenta de añoranza. Los retratos de familia que pinta con extremo cuidado y cariño inevitablemente tienden a un último asalto, que una muerte o una pérdida no hace sino precipitar, redimiendo los errores del pasado y congratulándose con la vida.
Aunque en “The Darjeeling Limited” la estampa íntima esté dibujada con menor definición que antaño y no aspire tanto a conmover como a divertir, el viaje espiritual de los hermanos Whitman a bordo de un destartalado tren de pasajeros a través de la misteriosa y extravagante región india que casi caricaturiza Anderson con sus alusiones al turismo ciego por lo exótico, reinterpreta una vez más la metáfora vivencial que su autor defiende desde su primer cortometraje.
Francis, Peter y Jack son tres hermanos que han perdido el contacto desde el inesperado fallecimiento de su padre, un acontecimiento que ya dejaba entrever la disgregación del entorno familiar, cuando no sólo son incapaces de llegar a tiempo al funeral sino que su madre (una Angelica Huston capaz de comedir sus sentimientos hasta límites sorprendentes) ni siquiera asiste. Francis (Wilson) se convierte un año después en el precursor de la aventura que los conduce por ciudades frenéticas, templos bulliciosos y páramos inhóspitos. Un viaje que tiene mucho de iniciático pero también de redentor. Los tres deben recuperar la franqueza perdida mientras resuelven sus propios conflictos personales (en los que el amor y las relaciones de pareja están muy presentes) y asumen, no sin dificultades, un inminente encuentro con su progenitora, ahora consagrada a la contemplación y la consonancia pacífica del budismo.
Dispersos en tierra de nadie, estos tres solitarios desencantados tendrán tiempo suficiente para eliminar asperezas e iluminar lo mucho que en el fondo se parecen y se necesitan. Tiempo para el amor, la fraternidad y la compasión que les enseñará como el trayecto vital nunca es un sendero que recorremos en soledad, sino que siempre existe Otro que nos acompaña para bien o para mal.
Posiblemente alcancen conciencia de ello en uno de los momentos más hermosos y dramáticos del film, el mismo que remite a “El Río” de Jean Renoir y que permite a Anderson trazar uno de esos pasajes que tan fantásticamente bien ha sabido rematar a lo largo de su trayectoria, reduciendo la velocidad del tiempo cinematográfico lo suficiente como para que quede grabado en nuestra memoria mientras que el dulce travelling horizontal y el impacto emocional del “Strangers” de The Kinks propicien el resto.
No podría ser más oportuno en este instante volver a comentar como el entusiasmo melómano de su realizador ha hallado la perfecta sintonía entre planificación visual y protagonismo musical, hecho de especial relevancia que atestigua la perspicacia de la selección de temas en las bandas sonoras de sus proyectos precedentes y su precisa incorporación en momentos puntuales que una vez más, en “The Darjeeling Limited”, forma parte de esa totalidad de impresiones que el espectador debe experimentar. Aunque se eche en falta la originalidad marciana de Mark Mothersbaugh, The Kinks continúan como pozo sin fondo de inspiración, mientras que la función se redondea con la ensoñación parisina de Peter Sarstedt, la referencia cultural del clásico de Joshep Dassin o la contextualización que proporcionan los cortes de los films de Satyajit Ray Sí, la música es esencial en su arquitectura, como también lo son la detallista ejecución casi pictórica de sus planos y sus encuadres, la relación neovanguardista con el diseño “al gusto personal” de los objetos de consumo (toda una exquisitez las maletas Louis Vuitton reimaginadas por Marc Jacobs especialmente para la película), el idealismo rematadamente romántico (el “Hotel Chevalier” que prologa este viaje es su máxima ponencia) o la apelación a contusiones físicas como reflejo del alma vapuleada por el devenir de las circunstancias.
Tan perfeccionista tensión dinamiza su filmografía, tal vez demasiada exigencia para el que se acerque a “Viaje a Darjeeling” buscando una comedia o un drama, cuando realmente ni es divertida ni es trágica, sino la suma de todas las sensaciones que dominan la existencia: desde la alegría fugaz de los buenos instantes que recordar a la tristeza, que no pesimismo, que marca nuestra cotidianeidad, tan absorta en su gravitatoria velocidad que no nos podemos permitir reflexionar sobre el sentido hasta que nos enfrentamos cara a cara con el vacío.
Aún con sus lagunas, su exposición anárquica y sus altibajos que torpedean el ritmo inicial, “Viaje a Darjeeling” es una delicia, un radiante trabajo de orfebrería de brillante acabado, delirios creativos y lirismo contemporáneo que aporta su granito de arena al itinerario que poco a poco Wes Anderson ha ido labrando en su carrera, un universo enriquecido por sus referentes cinematográficos o literarios pero que brinda por los rasgos reconocibles y exclusivos de su artífice. Puede que carezca del rabioso talento que rezumaba el libreto de "Los Tenenbaums", de la narrativa épica de "Life Aquatic" o de la pasmosa ironía de "Academia Rushmore", pero nada debería impedirnos coger este tren.
David López
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