Premiada por partida triple en Locarno (Leopardo de Oro incluido), “The Rebirth” del veterano Masahiro Kobayashi no sólo es la obra más atrevida y fascinante que podréis ver en la sección Itinerarios de Cines del Sur 2008, sino que, junto a la seductora “My Winnipeg” de Guy Maddin, es la mejor película que hemos podido admirar en lo que llevamos de temporada.
Kobayashi ejerce de maquiavélico maestro de ceremonias de un juego que hunde al espectador en un cruel conflicto emocional. En su primeriza y breve introducción, Kobayashi sabiamente nos presenta mediante entrevistas a los personajes y su dilema moral. Por un lado Noriko (Makiko Watanabe) , un madre soltera cuya hija ha asesinado a una menor de solo catorce años. Por otra parte Junichi (el propio Kobayashi), el padre viudo de la niña asesinada. Cada uno marcado por un pasado traumático. Cada uno atesorando una expectativa: la necesidad de pedir perdón o la negativa a conceder la redención. Cuando todo apuntaba a un film que divagaría sobre la búsqueda de responsabilidades (¿quién es el culpable del crimen? ¿la joven? ¿los padres? ¿la sociedad? ¿Internet?), Kobayashi sitúa la acción en Hokkaido un año después y apela a nuestro compromiso con la disyuntiva de estas dos personas obligándonos a compartir con ellos el dolor, la frustración y el rencor.
Ahora nos encontramos en un hostal donde inesperadamente coinciden el hombre y la mujer. Él vive en este alojamiento, ella trabaja en la cocina. No se miran, no se hablan, ninguno existe para el otro. ¿Se reencontraron casualmente en este establecimiento? ¿Se reconocen? ¿Por qué actúan así? Kobayashi deja abiertas las preguntas que el espectador debe responder a lo largo del metraje.
En solemne ausencia de diálogo (tan solo los sonidos de una cocina y una fábrica perturban los silencios), Kobayashi enfoca la rutina de estos personajes desde una distancia prudencial casi documental. Rutina que se repite milimétricamente una y otra vez como si de un bucle se tratase y que acaba por convertirse en un auténtico ritual diario que el espectador asume por inercia. Entonces Kobayashi introduce rupturas en esta procesión cotidiana que incomodan inequívocamente al público, demostrando que estos personajes no sólo se reconocen sino que forzosamente su relación se irá tensando cada vez más hasta que finalmente estalle en un desenlace inevitable desde el principio.
Destinada desde sus primeros minutos a la misma incomprensión con la que el pasado año se recibió a la inquietante “The Last Dining Table” de Roh Gyeong-Tae, el retrato que Kobayashi hace de la incomunicación y la soledad remite a una sociedad incapacitada para expresarse y entenderse, cuya única redención pasa precisamente por enfrentarnos al rostro del Otro que nos interpela, tal y como el propio realizador decide rematar su narración. Es sorprendente la nulidad de estos personajes para dirigirse una sola palabra y estremece que recurran incluso a un teléfono móvil que se regalan mutuamente de forma anónima. Sólo cuando finalmente aceptan que ambos son compañeros de una misma y amarga travesía vital, pueden aspirar a ese renacer insinuado en el título original del film, comprendiendo el lema del tema musical que acompaña los créditos que cierran la película: sólo amando podemos seguir viviendo.
Dura, vehemente y emocionalmente penetrante, “The Rebirth” es una pieza condenada a su tránsito exclusivo por festivales, cimentando del mismo modo el status de culto de su realizador. Por mi parte, esta película para consumo y disfrute de cinéfilos empedernidos y osados está inscrita desde este preciso instante en la lista de imprescindibles de la presente cosecha.