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Una recomendación de Séptimo Vicio: "Flower in the Pocket"

Publicado: 02/06/2008

Galardonada con sustanciosos trofeos en festivales-nicho como Pusán o Rotterdam, “Flower in the Pocket” de Liew Seng Tat es la película que finalmente ha situado en el punto de mira a esa singular nouvelle vague del cine malayo en la que la producción de signo independiente y los principios de cooperación entre cineastas locales marcan la pauta a seguir por futuras generaciones.

Tras una primera etapa centrada en la animación 3D, Seng Tat comenzaba a perfilar en sus primeros cortometrajes de acción real un impetuoso interés por la melancolía de lo absurdo y un humor perversamente hilarante. En cierto sentido, estos rasgos permanecen en su debut en el terreno del largometraje, una ópera prima rodada con apenas 50000 dólares, fraguada en estrecha colaboración con otros compañeros de trabajo (el director James Lee participa en su reparto). Todo en un tiempo récord que para nada priva de calidad a una de las cintas más destacadas del presente ejercicio.

Li Ahh (Lim Ming Wei) y Li Ohm (Wong Zi Jiang) son dos hermanos de corta edad que viven en una Kuala Lumpur multiétnica que ya creíamos conocer a través del objetivo de Tsai Ming-liang pero que realmente guarda muchas sorpresas bajo su superficie. Ambos han aprendido a crecer en soledad, huérfanos de madre y carentes de una auténtica figura paternal, pues Sui (Lee), su progenitor, es un hombre encerrado en sí mismo absorto en su trabajo como reparador de maniquís, y que aún siente dolorosa y cercana la pérdida de su mujer (desesperación que estallará finalmente en los últimos minutos de la película). Sin embargo, los dos niños han logrado desenvolverse mejor en los quehaceres diarios en comparación con los adultos, incapaces de sobrellevar sin obstáculos sus vidas sentimentales o comportarse con suficiente madurez cuando las circunstancias no son las más favorables. Mientras su padre se dedica ofuscadamente a su rutina profesional, Li Ahh y Li Ohm, aunando la perspicacia y la curiosidad que les es propia, viven todo tipo de aventuras por las calles de la ciudad, cometiendo alguna que otra travesura a la par que deben velar por su alimentación o higiene. A lo largo del metraje, tendrán la oportunidad de experimentar una nueva responsabilidad cuando encuentren a un cachorro abandonado, al que inesperadamente adoptarán bajo su cuidado.

Desde el primer momento, exceptuando cierta indicación explícita en su desenlace, la ausencia de la madre siempre está sugerida a través de gestos y signos. Resulta especialmente reveladora la utilización del color, atendiendo a la costumbre japonesa que honra a la madre con flores de distinta gama cromática. Por un lado el blanco, que simboliza la muerte, el color de los uniformes de nuestros protagonistas, de los maniquíes que arregla el padre o el cielo que dibuja Li Ohm ante la incomprensión de su profesora. Por otra parte el rojo, la vida, que podemos hallar en la ropa y los objetos que Seng Tat coloca en casa de una pequeña amiga musulmana de los jóvenes, inundada de amor materno, sin olvidar esa bolsa de viaje que Sui guarda con celo y que preserva aún los recuerdos de la amada ausente.

En última instancia no son menos interesantes los apuntes culturales que perfila su director, exponiendo las dificultades de Li Ohm en la escuela, pues su procedencia china y el uso del mandarín como idioma familiar lo aturde en un país en el que la lengua oficial es el malayo. Una nación además de mayoría musulmana que despierta en los pequeños divertidos interrogantes.

Aunque muchos quisieron situar esta “Flower in the Pocket” en la estela de otros recientes “títulos con niños” tan elogiados como “Nadie Sabe” de Hirokazu Kore-eda, nos enfrentamos a un film de cierta sensibilidad europea (su realizador cita a Truffaut y Loach como referentes) que propone un relato de marcado componente agridulce en el que la economía de medios casa con la falta de pretensiones, sin por ello obviar la sutileza de pequeños detalles que con facilidad pueden pasar desapercibidos. Todo un prodigio de coherencia, finura y afectos que manteniendo siempre una pertinaz distancia con respecto a lo que se cuenta (evitando así los abismos de la sensiblería o la falsedad), aprovecha la inmediatez del formato y no rechaza la inclusión de situaciones jocosas (la escena con el doctor o la improvisada clase de nado son sus puntos álgidos humorísticamente hablando) y viñetas tiernas que repentinamente fuerzan arrebatos dramáticos. Su cierre, conciliador aunque conscientemente abierto, pone punto y final a una de las películas más sinceras e intuitivas del año.

David López

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