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“A gentle breeze in the village”: shojo ficción

Publicado: 01/05/2008

Después de acumular sin tregua películas dedicadas en cuerpo y alma a retratar la amargura y el sufrimiento del ciudadano medio de nuestro tiempo, siempre se agradece un título intrascendente, liviano y ameno que durante un par de horas mantenga en suspenso la desazón provocada por obras como “The Rebirth” de Masahiro Kobayashi.

OF_AGentle_Breeze01En ese sentido, “A gentle breeze in the village” de Nobuhiro Yamashita cumple sobradamente con la expectativa y a pesar de su apariencia de melodrama tontorrón cuenta con suficientes alicientes como para dedicarle una pequeña porción de nuestro tiempo.

Apropiándose hasta el detalle de la esencia del shojo de Fusako Kuramochi, la película de Yamashita se compromete punto por punto con los esquemas y los preceptos del género manga que ha conquistado el corazón de las jovencitas de todo el mundo. Así la repentina llegada de un joven de Tokyo a un bucólico pueblecito rural cuyo instituto sólo acoge a seis estudiantes sirve de excusa a su director para rendir pleitesía a los lugares comunes que presumiblemente no deben ausentarse en una producción de esta categoría: tribulaciones adolescentes, enredos amorosos, retazos de drama descafeinado y buenas intenciones que son un canto tanto a la amistad inquebrantable como a los valores más tradicionales de la sociedad japonesa. Por supuesto, nuestra protagonista es una chica que cursa Secundaria y que se halla en pleno tránsito hacia la madurez, cuyas pugnas y discordias siempre conoceremos en primera persona, facilitando la proximidad del público al personaje, trámite indispensable que en última instancia garantiza el éxito de la propuesta.

La aparición del apuesto y esquivo Osawa representa para Soyo las desavenencias del primer amor, pero también la necesidad de superar los temores de la niña que ya ha crecido (muy ilustrativo su miedo a la gran ciudad), la asunción de la complejidad de las relaciones adultas, los altibajos de los hasta ahora idealizados vínculos familiares y la obligación de enfrentarse a los retos del futuro, pero siempre ensalzando su mensaje optimista y su celebración de la juventud y la belleza de la camaradería.

Jovial, alborozada y propicia para la sonrisa cómplice, el film se beneficia de su distinguida dirección (algún travelling reseñable para amantes de la depuración técnica), la luminosidad y viveza de sus colores, su oda pastoril a la placidez campestre y el tono cómico e ingenuo que impregna la pieza desde su primer minuto. Y es que un dulce de vez en cuando nunca es indigesto.

David López

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