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"A Buñuel le sedujo mi devoción por el vino"

Jean-Claude Carrière, guionista y dramaturgo francés, colaborador de cineastas de la talla de Godard, Malle, Wajda o Trueba, visitó Bilbao para recibir el homenaje de Zinebi.

Publicado: 30/11/2012

En un futuro lejano, tal vez se evocará la figura de Jean- Claude Carrière (Colombières-sur- Orb, 1931) como la de un extraordinario guionista que trabajó en las distancias cortas con un aragonés universal, el cineasta Luis Buñuel. Pero la firma que estampa en cada uno de sus libretos solo es una de las máscaras de su dilatada trayectoria. Amigo íntimo de Milos Forman («incluso compartimos la misma mujer»), es un testigo privilegiado del arte y la cultura del siglo XX. También ha ejercido como novelista precoz, actor a las órdenes de Kiarostami o dramaturgo para el Centro Nacional de Investigación Teatral de París. Con la colaboración de la Asociación de Guionistas de Euskal Herria, Carrière visitó Bilbao con motivo del homenaje que le tributó Zinebi.

– ¿Cómo surgió su primer encuentro con Luis Buñuel?

– Lo conocí durante un almuerzo en el Festival de Cannes de 1963. La primera pregunta que me hizo fue «¿bebe usted vino?». Sentí que aspiraba a dilucidar si pertenecíamos al mismo mundo. Cuando le contesté que no solo me gustaba, sino que provenía de una familia de viticultores del sur, su rostro se iluminó y bebimos durante horas. Eso le sedujo. Años después me confesó que, en aquel preciso instante, supo que siempre tendríamos un tema de conversación si las cosas no marchaban demasiado bien. Semanas más tarde, Serge Silberman, su colaborador francés, me dijo que quería trabajar conmigo y que me esperaba en Madrid.

– Fue el punto de partida de su extensa colaboración.

– Juntos escribimos nueve guiones, aunque tres de ellos nunca llegaron a filmarse. De Buñuel destacaría su apego hacia el poder de la imaginación. Pasábamos largas horas recluidos en una habitación y no salíamos hasta vencer el pudor y los prejuicios. Hasta forzar los límites de nuestra creatividad. Entendí que el cine cuenta con un lenguaje propio, tan refinado como perverso.

– No fue su único maestro.

– Habitualmente, me presento como ‘heterocultural’ y he sido afortunado en ese sentido. Pierre Étaix me enseñó a observar la realidad para construir situaciones cómicas. Con Peter Brook aprendí que el trabajo nunca se termina. Siempre lucharemos hasta alcanzar la perfección. Por otro lado, no dejo de rememorar mis almuerzos con Truffaut o las conversaciones con Godard. De Oshima siempre evoco su presencia hierática y elegante. Parecía un maniquí, porque cada día vestía de forma distinta. Trueba es todo talento y ‘El artista y la modelo’ perdurará.

– También trabajó con Tonino Guerra, otro célebre compañero de profesión.

– Guerra era un gran poeta. Siempre le recordaré rodeado de mujeres bellísimas. Cuando asistí como invitado al Festival de Rimini, como no pudo acompañarme porque estaba trabajando en una nueva película en Roma, convenció a su esposa para que me guiase por Italia. Le daba las instrucciones por teléfono, indicándole qué debía comer o ver. Guardo con mucho cariño una fotografía que nos hicieron junto a Antonioni. Aquel día hablamos de un posible guion que nunca se llegó a materializar.

– ¿Cómo describiría su vínculo con nuestro país?

– Mi relación con España es una historia de amor. Al principio era un mero turista. Sin ir más lejos, visité Bilbao en 1957 y hoy me sorprende descubrir los cambios que ha experimentado la ciudad desde entonces. Es una atracción casi inconsciente.

– Su carrera parece identificarse con la de un escritor obsesivo.

– A la escenografía del ‘Mahabharata’ hindú le dediqué once años. Fue el trabajo más arduo de toda mi vida. Escribí numerosas versiones que terminaron en la papelera. No solo adaptábamos una obra sino a todo un país, con una idiosincracia cultural peculiar. Fernando Rey comentaba algo parecido cuando reflexionaba sobre el Quijote.

– ¿Cómo aborda un proyecto que parte de material ajeno?

– Creo que es necesario olvidar el relato original. El guionista no debe ilustrar el libro con imágenes. Por esa misma razón, adaptar una novela es un proceso lento y complicado. Buñuel y yo meditamos realizar una versión de ‘Bajo el volcán’, una obra de Malcolm Lowry que finalmente llevaría al cine John Huston. Era una oferta muy tentadora, pero nos sentimos incapaces de plasmar sobre el papel su complejidad formal.

– ¿Existe el guion perfecto?

– En general, es peligroso que un guion destaque sobre el resto de elementos. Pero siempre me ha parecido excepcional el que escribió Jacques Prévert para ‘Los niños del paraíso’, de Marcel Carne.

David López

 

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