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"Pesadilla antes de Navidad" por Miguel J. Aranda

Publicado: 18/03/2007

“Pesadilla antes de Navidad” pertenece a ese subgénero cinematográfico (con todas las connotaciones –negativas, por supuesto- que lamentablemente tal calificativo conlleva) que es el cine de animación, a menudo confundido erróneamente con un cine dirigido exclusivamente a un público infantil, razón por la cual ha sido (y es) sistemáticamente menospreciado frente al cine de imagen (o acción) real (como si las imágenes del cine de animación fueran menos reales), cuando no directamente despreciado.

(Dicho sea de paso, muchas de esas películas consideradas “infantiles” presentan unos personajes y unas tramas con unos conflictos y unas emociones mucho más profundos y humanos que tantas otras películas de imagen real, con personajes planos y tramas simples, por no decir inexistentes en muchas ocasiones. Entre ellas se cuentan, por citar algunas, “El jorobado de Notre Dame”, “Mulan”, “Toy Story”, “Tarzán” y la que alcanzó más éxito de todas: “El Rey León”.)

Sin embargo, “Pesadilla antes de Navidad” es una película que, si bien puede ser disfrutada por el público infantil, nos muestra unos personajes que sólo pueden ser comprendidos cabalmente por el espectador adulto y, aún más, conocedor de la obra, de los intereses y de las obsesiones personales de Tim Burton.

Desarrollada a partir de los personajes y la idea original que Tim Burton inventara a principios de la década de los ochenta, cuando trabajaba como dibujante en la Disney, y recuperados felizmente de los archivos del estudio y desempolvados una década más tarde, la película, dirigida por el especialista en animación fotograma a fotograma (stop-motion) Henry Sellick, cuenta la historia de Jack Skellington y su particular búsqueda de la felicidad.

Jack, el Rey de las Calabazas, el más carismático y popular habitante de la Ciudad de Halloween, es a la vez el más atormentado y, paradójicamente, desarraigado e infeliz de todos. En el fondo de su corazón siente (o desea) que la vida debe ser algo más que esa continua preparación y celebración del día de Halloween, cuya persistente repetición lo convierten para Jack en algo vacío y desprovisto de significado (en contraste con el entusiasmo que esa misma repetición, año tras año, de la fiesta de Halloween despierta en el resto de habitantes de la ciudad, y especialmente en su alcalde, que desde el mismo día posterior a Halloween se dispone ya a preparar el del año siguiente).

Mientras deambula por el bosque, Jack va a para, por casualidad (y por curiosidad), a la Ciudad de la Navidad. Maravillado por lo que allí contempla, tratará de descifrar el enigma que envuelve la Navidad, esa alegría contagiosa que invade las calles cubiertas de nieve de la ciudad, que se observa en las escenas familiares que puede contemplar a través de las ventanas translúcidas por la escarcha, que salta de casa en casa, de chimenea en chimenea, y que viene representada, en última instancia, por Santa Claus. Jack descubre muy pronto que la felicidad debe estar, sin duda, en la comprensión de ese enigma, de la Navidad, y a tal fin aborda su estudio diligentemente siguiendo el método científico, tratando de formar parte por todos los medios de ese otro mundo que le es ajeno y extraño y que, no obstante, le atrae y le fascina irremediablemente de forma obsesiva.

Pero hay alguien, Sally, una chica creada por un profesor un tanto peculiar (un trasunto oscuro y siniestro del Víctor Frankenstein de Mary Shelly) y secretamente enamorada de Jack, que, en medio del repentino entusiasmo que es capaz de transmitir (o incluso podríamos decir insuflar) éste al resto de la Ciudad de Halloween a propósito de la Navidad, movilizándola por completo, aún es capaz de mantener el sentido común suficiente para darse cuenta, o para intuir, las nefastas consecuencias que todo aquello podría traer. En vano intentará hacérselo ver al protagonista, que, obcecado como está en su búsqueda de la felicidad, hace caso omiso a tales advertencias.

Finalmente descubrirá que el secreto de la Navidad era algo que, representado por Sally, siempre había estado a su lado y no había sido capaz de verlo: el amor desinteresado y sincero.

El personaje de Jack Skellington forma parte de ese reducido grupo de personajes singulares, atormentados, inadaptados, desarraigados... que caracterizan el cine de Tim Burton. Son personajes como Bruce Wayne/Batman, Eduardo Manostijeras, Ed Wood o Ichabod Crane, cuyo pasado o cuyas circunstancias personajes, siempre traumáticos, no son capaces de superar, sumiéndolos (o sumiéndose ellos mismos) en un aislamiento de la sociedad difícil de evitar. Cuando son “obligados” a abandonar su mundo particular, el mundo que ellos mismos han creado a su alrededor a modo de fortaleza, donde se sienten protegidos, y a internarse en el mundo real, comienzan a sentirse inseguros de lo que son y de lo que hacen, a dudar de sí mismos y de sus vidas, y como consecuencia de ello suelen cometer (como es el caso de Jack en “Pesadilla antes de Navidad”) algún error del que salen a la postre fortalecidos y que, en muchos casos (no en el de Eduardo Manostijeras, desde luego), los redime o los libera de sus “prisiones”.

A Tim Burton, uno de los autores más personales y coherentes a lo largo de toda su obra cinematográfica, le debemos los mejores cuentos de la década de los noventa. Son historias sencillas pero maravillosas sobre personajes incomprendidos (aun por sí mismos), singulares, misteriosos y únicos que son tenidos por raros o excéntricos y, al mismo tiempo, son también admirados y en cierto modo temidos por los demás. La grandeza del cine de Tim Burton, que ha sabido crear un estilo visual y una iconografía propios como pocos directores (tal vez ninguno) han logrado en los últimos tiempos, radica en el hecho de que sus personajes están perfectamente integrados en la trama, creándose entre unos y otra una especie de sinergia, hasta tal punto que resulta difícil distinguir entre ambos elementos, o concebir ésta sin aquéllos. Además, Tim Burton no se queda en el plano de las relaciones interpersonales (que, por cierto, trata magistralmente), sino que va más allá, hurgando en la relación del protagonista consigo mismo, por así decirlo. En otras palabras: Tim Burton nos muestra las emociones y pasiones más profundas de sus personajes, sus miedos y deseos más íntimos, nos desnuda su alma y nos descubre su lado más vulnerable, sensible y humano, haciéndonos identificarnos hasta tal punto en ciertos aspectos con ellos y haciéndonos, asimismo, sentir tal compasión por sus miserias, que en muchas ocasiones incluso los “malos” de sus películas resultan casi tan atractivos como los “buenos”. (Un ejemplo de ello son el Joker de “Batman”, y Catwoman y el Pingüino de “Batman Vuelve” –una de sus mejores películas, por cierto-. Esto es algo que enriquece sus películas: no nos muestra una visión maniquea, es decir, una separación clara entre el bien y el mal, o mejor, entre “buenos” y “malos”: aunque el espectador intuye desde un principio quién es el “bueno” y quién el “malo” de la historia, a lo largo de la misma vamos descubriendo que tanto los buenos como los malos tiene un lado oscuro –que suele venir determinado, como ya se ha señalado, por el pasado del personaje- y otro más noble, más amable, o, al menos, no tan oscuro.)

Pero volviendo a “Pesadilla antes de Navidad”, no se nos puede olvidar mencionar uno de los elementos fundamentales de la película: la música. Danny Elfman (colaborador habitual de Tim Burton, y que, por cierto, presta su voz a Jack Skellington cuando canta en la versión original) sabe captar perfectamente el ambiente de la película y, sobre todo, los estados de ánimo de sus protagonistas (Jack y Sally) con su música y sus canciones. La presencia destacada de la percusión (tan característica de las bandas sonoras de Danny Elfman), los tonos graves, las campanillas... todo ello nos envuelve y, aún más, nos arrastra a un mundo tan singular y maravilloso como lo son sus habitantes.

Para finalizar, retomando lo que decíamos al principio, podríamos concluir afirmando que estamos ante una excelente película de animación. Sin embargo, preferimos decir que “Pesadilla antes de Navidad” es, sencillamente, una excelente película, sin más.

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