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Irma Vep: el cine se vampiriza

El cine depende demasiado de si mismo y sus predecesores y parece anclado a no hallar nuevas fórmulas de exploración, condenado, maldito para toda la eternidad a que cada película beba de otra en una constante pero inútil renovación

Publicado: 29/08/2016

En 1915, el director de la Gaumont, Louis Feuillade, especializado como estaba en los seriales del mítico personaje Fantomas, decide crear una de las obras cinematográficas más ambiciosas de su entonces corta historia: un serial de intriga de casi 7 horas divididas en 10 capítulos de duraciones variables. “Les Vampires”, que así se llamaba, narraba la investigación de Philippe Guérande, un reportero tras la pista de una sociedad secreta de ladrones y maestros del disfraz, gobernados por Los Cuatro Grandes Vampiros, pero liderados por la carismática Irma Vep. El serial bebe directamente de los convulsos tiempos de la Primera Guerra Mundial y sus Mata Haris y contiene algunas de las imágenes de lo más interesantes, muy deudoras del surrealismo contemporáneo y cargadas de una sugerencia y sensualidad poco vistas en su género, tambien catapultó a la fama a la actriz Musidora que interpretaba a la voluptuosa Irma. Es cierto que el serial es bastante irregular y su trama es tan complicada de seguir a lo largo de sus 400 minutos que resulta pesado incluso para el más experimentado cinéfilo, sin embargo, el sacrificio merece la pena con tal de ver una de las joyas más imprescindibles del poco conocido mundo de los seriales cinematográficos.

El remake no es una tendencia moderna, ni mucho menos, pero si es una tendencia en alza debido a las múltiples ventajas empresariales que tiene: el espectador se enfrenta a algo ya conocido, cuya publicidad viene hecha de antemano y no es necesario buscar una idea original entre pilas de guiones, por no hablar de la atención que atrae de la crítica, siempre dispuesta a innumerables prejuicios y a evitar por todos los medios que se ponga la mano encima a los clásicos. El caso es que la estrategia de rehacer lo que ya funcionaba antes da buenos resultados, y es algo a lo que hay que ir acostumbrándose. Gus Van Sant, trató en Psycho (1998) de emular la cinta de Hitchcock plano a plano, pero consciente de que las sorpresas de la cinta ya eran harto conocidas, crea una película totalmente nueva: sabemos que destino le espera a Marion Crane desde el mismo póster de la película, nos conocemos, de memoria, fotograma a fotograma, la escena de la ducha; así toda la atención se centra en que llegue ese momento, mientras que en la original, nos pillaba por sorpresa. Más recientemente, un director del prestigio Michael Haneke, optaba por una idea que nos confundía a todos: volvería a rodar, en inglés y con actores americanos, su consagrada película Funny Games (1997), de nuevo, plano a plano y justo 10 años después. Los que desconocen como funciona un rodaje demuestran su ignorancia atribuyéndole a esta decisión la tendencia a la comodidad de un director vanagloriado, sin embargo hay pocas cosas más complicadas que rodar una película plano a plano, y el hecho de que se haga de una obra propia, le añade un matiz nuevo. Piensen en las majas de Goya y luego recuerden la cinta original de Haneke, una película que se burlaba de nuestra tendencia al sadismo y al morbo, ahora el director alemán nos ofrece exactamente lo mismo, otra vez, como enorme chiste a nuestra costa, que parece que no aprendemos.

Irma Vep parte da un paso más allá de Van Sant y Haneke: en lugar de calcar plano a plano la inenarrable historia de “Les Vampires”, decide contar la historia de un director cuya intención es exactamente esa. Asi pues, asistimos a una mezcla entre making of e historia de ficción paralela al rodaje de una cinta que, no sólo tiene la desfachatez de querer igualarse al serial de Feuillade, si no que pretende hacerlo sin adaptarla en ningún sentido. A partir de esa curiosa premisa, Olivier Assayas construye una de las reflexiones más crudas sobre el cine dentro del cine, escupiendo a la propia industria de su país desde distintos ángulos. El gran acierto de Irma Vep es reirse a distintos niveles con detalles que pasan desapercibidos para el espectador menos documentado: así pues, el director encargado de llevar a cabo tamaña odisea está interpretado por todo un símbolo del cine francés, Jean-Pierre Léaud, aquel niño de Los Cuatrocientos Golpes y el protagonista de Domicilio Conyugal (François Truffaut, 1959 y 1970 respectivamente), mientras que el papel protagonista pasa de la muy francesa Musidora a la hongkonesa Maggie Cheung, interpretándose a sí misma. El mejor cruce entre estos personajes es el momento en el que descubrimos porqué el director le ofrece el papel protagonista a una mujer asiática, y, para ello, nos ejemplifica el talento de la actriz con escenas de Trío Heróico (Johnny To, 1993), comparando conscientemente los seriales franceses de principios de siglo con el cine hongkonés a rebufo de John Woo. La crítica se dispara de lo sutil a la brocha gorda cuando un reportero entra en acción para decir, sin pelos en la lengua, y desde una película francesa, que el cine francés es ombliguista y carece en su mayoría del mínimo valor más allá del onanismo de sus autores.

Sin embargo, quedarse en estas lindes hubiese sido demasiado sencillo y Assayas da un segundo paso adelante cuando produce dos momentos de catarsis plena: Maggie Cheung, tras un duro día de un rodaje que parece interminable, descansa en la habitación de su hotel para, misteriosamente, ser poseída por su personaje en la ficción, y caminar bajo la lluvia por los tejados, ejerciendo de misteriosa y exótica ladrona con su traje de cuero; esto es, la intérprete alcanza su mayor éxtasis cuando se confunde a si misma con su personaje, perdiendo toda identidad propia. El segundo momento de respiro es el angustioso final de la cinta, donde presenciamos la verdadera película que se podría construir a partir de “Les Vampires” sin copiar las fórmulas que llevan vigentes un siglo: simplemente celuloide rayado, estropeado y malgastado por la torpe mano de un niño que pinta encima. El sinsentido de rehacer lo que no está roto cobra un nuevo nivel cuando, precisamente, nos dedicamos a destruir lo conocido para caer en un mundo totalmente inexplorado. Y es que el cine depende demasiado de si mismo y sus predecesores y parece anclado a no hallar nuevas fórmulas de exploración, condenado, maldito para toda la eternidad a que cada película beba de otra en una constante pero inútil renovación. El cine se vampiriza.

Alicia Escribano

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