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"El cine de Hayao Miyazaki (5): Mi Vecino Totoro: El Laberinto del Troll"
Publicado: 25/07/2007
Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea reca como un túnel y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenese y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo. (Fragmento de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll).
...Por ejemplo, en Mi Vecino Totoro (Tonari no Totoro), 1988.
Miyazaki olvida la épica y utiliza buena parte de su universo conceptual para contar una historia lírica e intimista, lúcida y sensible, situada en las antípodas mismas de la espectacularidad: una evocación en formato celuloso del mundo infantil y sus servidumbres imaginativas enmarcado en un entorno bucólico, enternecedor y refulgente, que servirá de perfecto ensayo (para muchos, representa mucho más que esto) de su obra más universal y reconocida: El Viaje de Chihiro.
Mientras esto ocurre, Miyazaki nos cuenta la historia esencialmente idealizada de este profesor universitario y sus dos hijas que se trasladan de la ciudad al campo para construirse un nuevo hogar alejado del ruido y de la polución, adoptando los ritos y las costumbres locales, un modo de vivir distinto, y una conciencia humanista y depurada, al tiempo que se acercan al río y a sus habitantes, a los campos de arroz y a los árboles del bosque, y a todo lo que en él se contiene, por ejemplo: un universo paralelo que oculta, entre otros habitantes delirantes, a una comuna de trolls más o menos grandullones que sólo pueden ver los más pequeños.
Las hermanas Sitsaku y Mei, por alusiones, se enfrentan a este mundo rural pero mágico alentadas por la curiosidad: observan todo y cuanto sucede ante ellas, obligan a los “duendes del polvo” a abandonar su recién adquirida vivienda, persiguen bellotas a través del bosque frondoso, cruzan túneles misteriosos que llegan a madrigueras ocultas en el seno de un árbol milenario, descubren a un extraño ser que la pequeña Mei (el mejor personaje de tres años de la historia del Cine) identifica como un “Totoro”...
Despierta la niña después, como no podía ser menos, en mitad del bosque y enfebrecida, tratando de explicar a su comprensivo padre y hermana la causa de su fugaz desaparición. Ninguno de los dos la reprende y su hermana mayor la cree: ese árbol ancestral no puede albergar otra cosa que los trolls que la niña dijo ver. Y ambas se invitan a volver a verlo. Entre tanto, disfrutan del campo, conocen a sus vecinos, van a la escuela (teniendo derecho a ello o no), escuchan las historias de su anciana vecina, y esperan a que llegue su padre, casi siempre ausente, en la parada del autobús, mientras la lluvia se adueña de la noche. En ese contexto suculento, las dos hermanas no tardarán en reencontrarse con el misterio.
Mi Vecino Totoro se convierte en la primera obra indiscutible de Hayao Miyazaki. Construida sobre un entramado que permite hasta el final mantener la ambigüedad sobre la certeza de las visiones de las niñas, será la primera de las producciones Ghibli que abandona la espectacularidad de las luchas colectivas y las batallas aéreas para centrarse a contar una historia intimista, alimentada por la imaginación de las niñas y repleta de detalles, seguramente, autobiográficos que dotan aún de mayor trascendencia dramática, si cabe, a las imbricaciones emocionales que sugiere esta película.
El resto lo define el miedo. El miedo a los espectros que terminarán huyendo en la negritud de la noche, coaccionados por las risas de una familia unida conjurada para combatirlos. El miedo al desequilibro ambiental que pone el riesgo la comunidad vitalista que las cobija. El miedo a la ausencia de los mayores, víctimas de padecimientos cuya naturaleza las pequeñas no aciertan a comprender... Pero lejos de recrearse en el infortunio o en la fatalidad (al igual que la contemporánea cinta de la Ghibli, la inmensamente triste y necesaria La Tumba de las Luciérnagas de Isao Takahata), Miyazaki apuesta por una reivindicación expresa del buen talante, la amistad y la imaginación (como modo de escapar de la realidad) para compensar los desafectos que podrían definir las vidas de las niñas, entre ellos, la enfermedad grave que asola a la madre.
Para conseguirlo, Miyazaki se apoya en la estructura aristotélica clásica con un prólogo determinante para concluir la enérgica curiosidad de las dos hermanas y el tono bucólico y tierno que va a envolver a todo lo demás; una primera parte, armónica y vitalista, previa a la aparición de sendos túneles (el sendero que conduce hacia la casa, y aquel que llega a la madriguera de los Totoros), puntos de inflexión de la historia que van a terminar de ubicar contextualmente a Mi Vecino Totoro en el subplot que más le gusta a Miyazaki: el mundo en entrevela de Alicia en el país de las maravillas. Y es en este submundo, imaginativo y jugoso, donde la película va a desarrollar su núcleo argumental, definido por soluciones perspicaces y fantasiosas, dignos preludios de una tercera parte conmovedora e intensa, protagonizada por un clímax descarnado que encuentra en el sentido de la ausencia a su leitmotiv.
A los espectadores contemporáneos nos les resultará difícil advertir referencias de Mi Vecino Totoro (entre otras películas y cuentos) en El Laberinto del Fauno de Guillermo Del Toro, no en vano, un confeso seguidor de esta película. Ambas asumen como punto de partida, la coexistencia de dos mundos paralelos (el real y aparentemente menos real), que de vez en cuando se funden en función de las necesidades emocionales de las protagonistas.
El mundo aparentemente onírico (las niñas se despiertan en la cama después de uno de sus encuentros con el Totoro) en el que sumergen las niñas obtiene su génesis de las desgracias que sugieren el mundo de los mayores. La presencia de los Totoros, unos espíritus afables y solícitos que solo ven los niños, representa la prueba de que la magia todavía es posible y que en ese mundo feérico, diríase que de entrevela, todavía prevalecen las utopías. Por ejemplo, que los buenos triunfen sólo con pedir ayuda a un duendecillo del bosque.
Lo más destacado: el tono bucólico del todo.
Lo menos destacado: que solo un niño pueda disfrutarla en plenitud.
Una obra maestra (otra más de Miyazaki). Elegida por la revista británica “TIME OUT”, como la mejor película de animación de la historia. De guión simplísimo y de personajes entrañables, nos enseña de relaciones humanas, del respeto a la naturaleza y de la belleza de las cosas simples. Debo reconocer que me gustaría haber tenido unos 35 años menos para haber gozado, junto a mis hijos, del visionado de esta película. Quizás, con esa edad se puede entender y gozar más plenamente de la película sin buscar referencias o simbolismos. Simplemente disfrutar. Mis hijos son pequeños, de 4 y 3 años, pero nunca los había visto absortos por una película. Los vi felices cuando apereció el Gatobus, los vi tristes cuando Mei se perdió, en fin, toda la gama de emociones que despierta la película. Era como si estuvieran viendo algo que les pasó a ellos. Es difícil lograr ese grado de empatía con una película y sobre todo con niños pequeños, acostumbrados a no estar quietos con nada. El que tenga niños de esa edad sabrá entenderme. Simplemente genial.
Como siempre, magnífico repaso de las películas de Miyazaki, seguid asi! Mi vecino Totor es evocadora, sin duda. Totalmente cierto que su tono recorre toda la película, un tono buscado por Miyazaki ya que la película se sitúa tras la derrota de Japón a manos de EEUU en la guerra. Un pequeñísimo apunte, y es que una de las niñas protagonistas se llama Satsuki :) pero vamos, no tiene la mayor importancia en este impresionante artículo. Esperamos los siguientes.
Claudio en 20/10/2009
Una obra maestra (otra más de Miyazaki). Elegida por la revista británica “TIME OUT”, como la mejor película de animación de la historia. De guión simplísimo y de personajes entrañables, nos enseña de relaciones humanas, del respeto a la naturaleza y de la belleza de las cosas simples. Debo reconocer que me gustaría haber tenido unos 35 años menos para haber gozado, junto a mis hijos, del visionado de esta película. Quizás, con esa edad se puede entender y gozar más plenamente de la película sin buscar referencias o simbolismos. Simplemente disfrutar. Mis hijos son pequeños, de 4 y 3 años, pero nunca los había visto absortos por una película. Los vi felices cuando apereció el Gatobus, los vi tristes cuando Mei se perdió, en fin, toda la gama de emociones que despierta la película. Era como si estuvieran viendo algo que les pasó a ellos. Es difícil lograr ese grado de empatía con una película y sobre todo con niños pequeños, acostumbrados a no estar quietos con nada. El que tenga niños de esa edad sabrá entenderme. Simplemente genial.