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"El cine de Hayao Miyazaki (2): Lupin III" por J.P. Bango

Publicado: 02/07/2007

“No quiero ni recompensas ni dinero. La única recompensa que quiero está justo delante de mí”

Lupin es un ladrón ambicioso pero noble que persigue hasta las puertas del legendario condado de Cagliostro, la consecución de un tesoro del todo punto apetecible para alguien de su calaña: unas planchas de imprenta capaces de poner en circulación una desproporcionada cantidad de billetes falsos. Su objetivo, absolutamente pecuniario, sin embargo, no tarda en mutar cuando en una carretera rodeada de acantilados se topa con una Princesa vestida de novia que huye de unos tipos sin escrúpulos. Este (re)encuentro casual le inducirá a cambiar su idea primigenia por otra meta, esta vez romántica, obligándose a desentrañar el misterio que rodea tanto a la Princesa como al Conde que, de otro lado, parece tenerla cautiva y que pretende fundar a partir de su unión con ella los cimientos de una fortuna desorbitada. Para evitarlo, Lupin se invita a liberar a la joven de su encarcelamiento por cualquier medio, aun a sabiendas de que la fortaleza que la aprisiona se antoja inexpugnable y que el arcano que encierra en su interior sobrepasa en importancia al tesoro que pretendía conseguir.

Lupin III. El Castillo de Cagliostro (Rupan sansei: Kariosutoro no shiro), 1979, adapta para el Cine la serie de televisión homónima basada en el personaje de Arsenio Lupin, esta vez unido a otro personaje no menos legendario: el Conde de Cagliostro, dibujado aquí como un individuo vividor, afanoso y malvado. Sobre el recuerdo de ambos personajes de ascendencia europea (igualmente adaptados por el cine de carne y hueso con anterioridad) Miyazaki construye una película de aventuras de las de toda la vida en las postrimerías de la década que encumbró al subgénero, convirtiendo a Lupin, un ladrón de corte superheroico en su vertiente televisiva, en un trasunto de Diabolik (como también lo es su antagonista el Inspector de la película de Mario Bava) menos pendenciero pero igualmente seductor, comprometido aquí también con las irreductibles servidumbres de la caballerosidad (literalmente hablando) cuando atisba a una mujer en peligro al lado del trofeo que ansía. Embebido de un entusiasmo ciertamente novelesco, Lupin se confiesa ante la Princesa de un modo, podéis leerlo, arrebatador:

—Quiero ser su héroe, su humilde Caballero Andante. Esta es la gran aventura que había soñado durante toda mi vida. No quiero ninguna recompensa. ¿Qué Caballero pediría una recompensa por salvar a una Princesa? Poder servirla es suficiente recompensa para mí.

Entonces la Princesa se sonroja, claro, y se enamora de aquel que, de forma quijotesca, la convence de que puede rescatarla del torreón maldito que la aprisiona. Cuando Lupin despierta de su ensoñación sentimental se encuentra de bruces con los esbirros espectrales del Conde de Clagiostro y con un agujero en el suelo que lo conduce a un sótano siniestro que guarda en su seno los yelmos y demás restos de otras embestidas románticas. Nada contra lo que Lupin ni Jigen, su barbudo compañero de aventuras y efigie característica de la serie, no puedan combatir. A éstos, personajes estereotipados pero cómplices, los secundan otros arquetipos reconocibles: el Inspector de Policía Zenigata (afanoso perseguidor de nuestro amigo) y la ladrona Fujiko (víctima en otros tiempos del poder seductor de Lupin); apéndices humanos de una cinta de aventuras esencialmente desposeída de pretensión que, sin embargo, también se toma su tiempo, entre gag y gag, de articular un somero discurso socio-político…

Obra fundacional del estilo Miyazaki en su vertiente cinematográfica, Lupin III. El Castillo de Cagliostro es una cinta repleta de imágenes, situaciones dramáticas y arquetipos que van a aparecer una y otra vez a lo largo de su filmografía ya sea en forma de aparatos voladores que circundan los cielos, princesas cautivas que quieren dejar de serlo, amistades insobornables dispuestas a todo para perpetuarse, personajes secundarios de naturaleza noble dispuestos a ejecutar acciones que tiendan a desequilibrar el status quo…; todo ello superpuesto en una historia extraordinariamente cimbreante, gozosamente sólida. Y divertida.

Como lo es este Lupin III. El Castillo de Cagliostro.

Lo más destacado: la naturalidad con la que Miyazaki introduce la historia de Lupin en el centro mismo de su universo conceptual.

Lo menos destacado: el desconocimiento que de su existencia tienen los cinéfilos.

J.P. Bango - El Cronicón Cinéfilo

ShonenBat en 27/10/2007

2ª vez que dejo un comentario, pero, siempre habra un comentario deseoso, después de hablar del genio que es Miyazaki.
El Castillo del Cagliostro, es recordado como una joya, son ese tipo de material, que vez en exposiciones, y deseas gozosamente volver a verla, tener una segunda oportunidad para poder verla denuevo. Aunque, gracias a la tecnologia, que es la internet, de cruzar toda frontera, y accidente demográfico, he logrado tenerla orgullozamente en mis manos.
Catalogada, para muchos (incluyéndome de todas maneras), un despertar del genio, un florecer del talento innato de un maestro.
Nadie que se catalogue como seguidor de Miyazaki, no se puede perder de esta maravilla de película.

Chihiro en 03/07/2007

Gracias por dedicarle estos magnificos espacios al genio Miyazaki, siempre he coniderado que no tiene el reconocimiento que se merece, al menos fuera de Japón, y ya es hora de que eso cambie. Enhorabuena.

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