Septimo Vicio - El cine visto desde otros t iempos

"Vicky Cristina Barcelona"

En Vicky Cristina barcelona apenas sí quedan los escombros del cine de Allen. Es la constatación definitiva de una tendencia que venía dándose en su etapa europea y que caminaba peligrosamente hacia la ligereza y la abnegación de todo lo postulado en su magnífica filmografía anterior. Uno alcanza los créditos de Vicky Cristina barcelona con dolor, lamentándose que el genial director haya al fin realizado, en su última película, todo aquello que nunca hubiera realizado en sus mejores obras.

Publicado: 15/10/2008

Podremos disfrazar esta aseveración y seguir siendo incondicionales del cineasta convenciéndonos que la suya es una película fresca, cuando la única variación que encontraremos es el cambio de contexto de lo allí contado; podremos decir que se trata de una exploración de las relaciones humanas a través de un ménage à trois, obviando que el trío formado por Bardem-Cruz-Johanson no es sino la excusa argumental, una débil teoría sobre el nexo sexual y afectivo entre tres personas que no sirve más que para peinar el asunto (que, por cierto, ha sido una constante ineludible en prácticamente la totalidad de su filmografía); incluso podremos hablar de Vicky Cristina Barcelona como de una celebración de la vida entre personas que beben buen vino, escuchan embelesadora música nacida de guitarra española en jardines de ensueño y aman y discuten con mezcolanza seudo intelectual sobre la cultura y el arte en cenas a la luz de las velas. Y mientras, nuestra memoria intentará achantar el recuerdo de Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares, Denys Arcand, 2003), auténtica celebración y declaración de amor a la vida y el arte ante la cuál la película de Allen queda en dolorosa evidencia.

Así pues se desvanecieron los rasgos puramente allenianos que han definido algunas de las mejores películas que ha dado el cine de parte del maestro neoyorquino. Partiendo del mismo título, uno no puede sino apenarse de descubrir una Barcelona de postal, mecánica sucesión de panorámicas y planos de monumentos exasperantemente representativos de la ciudad. Barcelona queda ante los ojos de Woody Allen como un destino turístico de innegable belleza, pero que nada tiene que ver en los devaneos amorosos ni estado de ánimo de Vicky, Cristina o cualquier otro personaje que deambula por la película ¿Acaso es necesario recordar Manhattan como un personaje más que enmarcaba las relaciones humanas de Alvy Singer o Harry Black? La ciudad de Allen enfatizaba sentimientos soledad, de desengaño, amores encontrados en pequeñas librerías de barrio, discusiones culturales en la cola de un cine de reestreno... Si aún no se han encontrado con el alma de la ciudad, recuerden si no cuántas veces se empeñó Allen en incluir en sus encuadres la Estatua de la Libertad o el Empire State Building para recordarnos que nos hallábamos en su ciudad.

Y es en ese marco estéril en el que Woody Allen dispondrá unos personajes que se situan entre los menos interesantes de su filmografía. Bardem no tiene demasiados problemas en ejecutar a un sobrio seductor, un artista en cuyos brazos Rebecca Hall y Scarlett Johanson (Hall le gana la partida a Johanson pese al peso menor de su papel) previsiblemente caerán con mayor o menor reticencia. El factor sorpresa, pues, se reduce a la aparición de una Penélope Cruz arrebatadora, una mujer pasional hasta la locura que redefinirá la relación entre Juan Antonio (Bardem) y Cristina (Johanson) y que acabará reviviendo las historias de amor y odio que configuraron su relación matrimonial con el pintor. En resumen, un tejido de escarceos y aventuras y desventuras amorosas que no deberían pretender aportar nada nuevo a un cine que se manejaba a sus anchas en estos menesteres, y que sin embargo y de alguna manera ha perdido no sólo los temas preferidos que delimitaban el universo de sus personajes, a saber las obsesiones por la muerte, el psicoanálisis, el sexo o el cretinismo ambulante en torno al arte, sino que también ha quedado tristemente despojado del humor sardónico y brillante que antaño lo definió. Baste recordar el endiabladamente divertido inicio de Desmontando a Harry (Deconstructing Harry, 1997), aquel en el que la ex esposa de Harry Black le persiguiera con asesinas intenciones tras haber desvelado en su último libro íntimos secretos de alcoba. En la conclusión de Vicky Cristina Barcelona, se repite la escena cuando María Elena irrumpe en casa de Juan Antonio para matarlo en un arrebato de celos. Una repetición del todo baldía, salvo para revelar aquello que se perdió en el camino entre una y otra escena.

Así, las tormentosas relaciones presentadas en Vicky Cristina Barcelona dan con un final tan amargo como el sabor que le queda a un espectador que añora los tiempos mejores de un realizador de capa caída. Ni siquiera el entregado amor de Allen por el jazz que rubricaba mágicamente cada uno de los momentos de películas tan notables como Acordes y desacuerdos(Sweet and Lowdown, 1999), encuentra aquí sustituto de altura cuando el director prefiere repetir hasta la extenuación el tema Barcelona de Giulia y los Tellarini o remarcar su fascinación por la guitarra española repitiendo de igual manera la sublime Entre dos aguas de Paco de Lucía. La banda sonora, como todo lo demás en Vicky Cristina Barcelona, reduce hasta el mínimo las mejores cualidades del cine de un Woody Allen que firma en los créditos, pero no está tras la cámara. Al menos no el que conocíamos. Quizás la tragicómica situación de un cineasta quedándose ciego en Un final made in Hollywood (Hollywood ending, 2002) se esté cumpliendo en forma de una penosa metáfora. Ojalá su próxima película no haga de esta sentencia sino una mera necedad.

Jordi Revert

Eva B B en 25/01/2009

Acabo de ver la película y he buscado la página del Séptimo Vicio para localizar la crítica. Coincido plenamente con lo expuesto. Qué decepción!!! Yo tampoco he reconocido a Allen, parecía un publirreportaje mal disimulado... Ojalá esta película sólo sea una anécdota en su filmografía.

Carlos Aguilar en 26/10/2008

Muy buena crítica, sí señor.

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