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Camino

De infancias corrompidas y sueños tergiversados. De inocencias interrumpidas y falsas idolatrías. De delirios religiosos y delirios visuales. De la fe verdadera y el fanatismo religioso que hunde una infancia (ya de por sí sesgada) hasta lo indecible. De todo esto nos habla Javier Fesser en su tercera y más ambiciosa obra, Camino.

Publicado: 28/11/2008

Tras la notable El milagro de P. Tinto (1998) y la más irregular pero interesante La Gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003), las dudas que uno podía plantearse en torno a la nueva película del realizador madrileño es si su particular universo, instalado entre el delirio visual y un imaginario desbordante, sería capaz de adaptarse a un drama de las dimensiones que plantea Camino. Y lo cierto es que sí, que Fesser consigue que incluso entre hospitales y centros del Opus Dei, entre salas de operaciones y habitaciones claustrofóbicas, su mundo se despliegue de una forma abrumadora ante los ojos alucinados del espectador. Verdad que entra por la retina no sin cierta reticencia, pero a medida avanza con paso decidido acaba siendo asumido como parte integrante de una realidad compleja y compuesta por momentos que emborronan las fronteras entre sueños y pesadillas, lo real y lo deseado o imaginado por una niña que poco o nada comprende del circo religioso que se levanta a su alrededor. Camino (Nerea Camacho) debe someterse a los dictámenes de una fe impuesta como yugo y dirección, desnaturalizada y completamente pervertida por las contradicciones expuestas de un Opus Dei o una madre ciegos por establecer un control férreo sobre una niña que ya proclama por activa y por pasiva su fe y que, a pesar de todo, le es negado un derecho tan básico como la infancia misma: derecho a amar a su padre en igualdad de condiciones, derecho a echar de menos y ver a su hermana Nuria (Manuela Vellés), derecho a elegir sus amigos, sus lecturas o su primer beso... Fesser no arremete contra los beneficios de una fe cristiana, sino contra los controles manipulativos de las instituciones que viven y sacan provecho de ella, de cómo estos pueden destrozar todos los susodichos derechos en pos de un proceso de beatificación que expone los intereses encontrados de las mencionadas instituciones.

En su intención de hacer estas contradicciones explícitas por sí mismas, Fesser ha construido su obra a partir de una multitud de simbologías y analogías presentes a lo largo de todo el metraje, enriqueciendo de esta manera el cómputo general de la propuesta. Se le puede achacar que algunas de ellas se empeñan en mostrarse explícitas en lugar de intuitivas (las analogías del personaje de Mr. Meebles con Jesucristo) donde otras se revelan más sutiles y efectivas (el aparatoso aro posoperatorio que Camino ha de llevar en la cabeza o la grotesca figura dorada en el altar, una transfiguración del becerro de oro bíblico). Todas ellas se ponen al servicio de una trama bien tejida, llevada con pulso firme y constante que evita en todo el momento el tedio, pero que flirtea peligrosamente con lo lacrimógeno en más de un pasaje para acabar saliendo del paso milagrosamente y en última instancia. Lo que parece claro, pese a que Fesser ha sabido resistir a las tentaciones del cargante dramón, es que su particular estilo como cineasta se ajusta mejor a los preceptos de la comedia absurda, donde es doblemente eficaz. En su tendencia a llevar a los personajes a la exageración (la emulación del cómic y el cartoon que se llevaba a cabo en sus dos obras anteriores así lo requerían), aquí se encuentra ante la necesidad de contenerse para evitar convertir a sus personajes en meras caricaturas. Esta se revela como una tarea especialmente ardua en casos como el de la madre de Camino (interpretada magníficamente por Carmen Elías), creyente ciega y manipuladora que en escenas puntuales corre el peligro de la demonización que sí se adueña de personajes más desdibujados, como el del padre Miguel Ángel (Pepe Ocio). Por contraposición, un personaje más amable como es el padre de Camino (Mariano Venancio) resulta magnífico en su constitución de un hombre incrédulo ante la mediatización de la irreversible enfermedad de su hija, e impotente ante el aparato religioso y manipulativo que se erige ante sí. En el centro, la niña Nerea Camacho es una revelación, una actuación conmovedora que llena la pantalla en cada uno de los planos que ocupa.

En los últimos compases de Camino, Fesser alarga en exceso una conclusión que se encuentra en la muerte de Camino y su "encuentro" paralelo con Jesús (con el doble sentido que no se intuía al principio del filme). Las escenas que siguen a esta esquivan el final presumiblemente redondo y alimentan la duda del espectador en lo que refiere a en qué lugar mejor puede encontrarse el punto de salida de la ya exhaustiva obra de Fesser. Y sin embargo, el verdadero final aporta un apunte más, valioso y paradójico, terriblemente paradójico. Es la consecuencia última del proceso de enajenación religiosa llevada hasta sus últimas consecuencias: la soledad absoluta. La reflexión no proclamada pero presente cierra, esta vez sí, la tercera obra de Fesser camino de una filmografía que va ganando en importancia.

Jordi Revert

Esther en 05/02/2009

Original y honesta!
Películas como esta enriquecen nuestro cine.
Y qué gran actriz ha descubierto Fesser...

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