Arrástrame al Infierno

Tras la debacle artística que supuso la tercera entrega de la saga del hombre araña Raimi ha vuelto a sus orígenes y nos ha regalado la montaña rusa del terror más rematadamente divertida que un servidor ha visto en mucho tiempo. Dentro de un panorama demasiado dirigido a explotar franquicias agotadas casi antes de empezar o realizar remakes de viejos body counts con más bien poco sentido, da gusto ver como alguien que conoce a la perfección los resortes de un género que lo consagró vuelve a coger las riendas de su carrera para regalarnos su mejor película desde aquel ya lejano extraordinario Un plan Sencillo (Spiderman 2 al margen).

Publicado: 10/08/2009

El cine de género no es nada nuevo para Sam Raimi. Sabe perfectamente lo que tiene que hacer y como lo debe hacer. Este Arrástrame al Infierno no deja de ser una vuelta de tuerca más a su vieja trilogía infernal, pero con más presupuesto, un estilo más estilizado y menos sangre, que no secuencias desagradables y llenas de viscosidades.

El estilo esta claro, cámara en casi perpetuo estado de movimiento pero con unas formas más depuradas que antaño, más elegantes y una acumulación de situaciones que no den el más mínimo respiro al espectador en la butaca, no se vaya a pensar más de la cuenta. No hay más que ver las películas de corte terrorífico-fantástico de Raimi para darse uno cuenta de que en su decálogo del buen director no entran nunca los tiempos muertos. Por lo tanto asistimos con mayor o menor sorpresa a una sucesión de golpes de efecto en los que se mezclan constantes del género con un uso de la cámara y del sonido verdaderamente excepcional, donde la intención de hacer sentir al espectador lo mismo que siente la protagonista se lleva hasta el extremo. En este sentido son claros exponentes la increíble secuencia del parking, los ataques del ente diabólico a la infortunada protagonista (la sombra de sus manos pasando por debajo de la puerta intentando atraparla resulta escalofriante) y la impresionante y descacharrante secuencia de la sesión de espiritismo donde se mezclan las constantes del director en relación a su marcada afición de incluir un malsano sentido del humor dentro de la secuencia más terrorífica (echar vistazo a la posesión de la mano de Bruce Campbell en Terroríficamente Muertos y a su necesidad de cortársela al no parar de romperle platos en la cabeza).

Se le notaban las ganas de volver a una serie B como dios manda, lugar donde el género terrorífico ha encontrado el caldo de cultivo para convertirse en el más amado y odiado del planeta cine. Incluso se ha permitido el lujo de escribir el guión a dos manos con su hermano. Se han divertido y eso se nota en el producto final. Han pensado en cual sería la película de terror que a ellos les gustaría ver como espectadores, sin cosas raras, sin tramas sofisticadas, algo básico, no excesivamente original e incluso finalmente previsible y les ha salido un producto perfecto en sus formas y sus pretensiones, que no eran otras más que entretener al personal. Lo único que resulta un poco triste ha sido que a pesar de darle mil vueltas a todos los productos de este tipo que llegan al mercado comercial, no haya terminado por tener el éxito que se merecía. No hay problema, quedará como una pequeña joya de su filmografía y una película absolutamente reivindicable como punto álgido del subgénero demoníaco. Casi nada.

Carlos Polite