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"Lejos de ella" por David López

Publicado: 28/12/2007

Aunque siempre se contempló en la memoria un componente negativo (relacionado con sentimientos reactivos como el rencor o la venganza) y en el olvido una necesaria liberación terapéutica, lo cierto es que sin la primera nos convertiríamos en hombres sin pasado y, por tanto, caeríamos en el abismo que precede a la pérdida de nuestra identidad, un tesoro tan valioso cuyo extravío sería la peor de las condenas.

Adaptando con absoluto respeto y delicadeza el relato de Alice Munro, Sarah Polley (que por otro lado tan inolvidables estampas nos ha dejado para el recuerdo como actriz, especialmente bajo la tutela de Isabel Coixet) filma un drama tan sencillo en su planteamiento como desnudo y profundo en sus reflexiones y sensaciones, optando por la belleza de las miradas y los silencios, la candidez de las palabras cercanas y la emoción pura sin edulcorantes, evitando en todo momento hundirse en la más deplorable sensiblería o recurrir a triquiñuelas lacrimógenas que sólo detentan una oportunista falsedad.

Polley firma una obra que por encima de todo es una hermosísima historia de amor otoñal, la que en pantalla escenifican unos sobresalientes Julie Christie y Gordon Pinset, conmovedora pareja secundada por una no menos excelente Olympia Dukakis. Un prolongado romance tan intenso que recuerda aquellos densos encuentros de Liv Ullmann y Erland Josephson en la filmografía del ya fallecido Ingmar Bergman, con los que además comparten esa referencia no disimulada a un pasado no siempre perfecto y fácil (aquí las infidelidades están sugeridas más escuetamente, eso sí, en comparación con las tempestades que provocaba el maestro sueco) pero que ahora, en su vejez, deben afrontar la prueba más difícil: Fiona, ese maravilloso papel que como describe el personaje de Pinset aúna “dulzura e ironía”, padece la enfermedad de Alzhéimer.

La difícil situación a la que debe enfrentarse Grant Anderson, que poco a poco comprende que llegará un punto de no retorno en el que se convertirá en un extraño para su esposa, es narrada por Polley de forma intachable, no sólo cimentando un preciosa oda de amores atemporales e inquebrantables, sino todo un canto a esa parte de la población a la que parecemos destinar al ostrascismo otorgándoles etiquetas como improductivo o fatigado en esta época de maximización de beneficios y cultura narcisista del cuerpo. Abandonamos a nuestros mayores en una suerte de cuneta y obviamos aquello que su directora trata de mostrarnos: todos merecemos una segunda oportunidad para reclamar nuestro derecho a ser felices y permitir que el resto también lo sea. Como la Ann que Polley encarnaba en “Mi vida sin mí”, Grant descubrirá que no es necesario olvidar para volver a sonreír, para volver a amar, para volver a vivir.

Una esmerada dirección, unas interpretaciones de altura y un elegante libreto repleto de apasionada generosidad y ternura sólo son algunos gestos que redondean un film extraordinario, en el que una vez más el mínimo movimiento alude a algo que desborda lo que vemos en el plano.

No podría haber mejor broche para la temporada cinematográfica que, como otras realidades mundanas, está a punto de echar el cierre.

David López

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