“Goodbye Solo” proyecta optimismo por los cuatro costados a pesar de que todos sus márgenes se perviertan de epítomes melancólicos, y no precisamente menores: soledad, ausencia, dolor, vacío. Participa de un tipo de cine esencialmente reflexivo, cuyo principal estímulo proviene no tanto de lo que los personajes dicen sino de lo que dejan que decir, de sus silencios, de las miradas que se entrecruzan mientras fuman, reposan o estudian, de los mensajes que dejan escritos en sus cuadernos de notas antes de irse a dormir o de enfrentarse a su último viaje.
Publicado: 28/06/2010
El protagonista que da nombre y sentido al penúltimo film de Ramin Bahrani se llama Solo; Solo, de Souléymane, es un taxista que quiere ser auxiliar de vuelo, emigrante senegalés en una urbe de Carolina del Norte que no solo no lo extraña sino que le ha convertido en el padrastro de una hija a la que adora, en futuro padre del hijo que surgirá fruto de su relación con una hispana, madre de la primera; en afable empleado de una compañía de Taxis, referente patronal en esta tierra de la oportunidades donde únicamente el hombre anónimo, según Bahrani, tiene derecho a salir en pantalla. El optimismo que exuda Soloafecta también a quienes lo rodean. Entiende su condición de emigrante desde una perspectiva, esencialmente, vitalista. Cuando nace su hijo, lo primero que le dice a su madre es que hablará cuatro idiomas: no hay modo más lúcido de enfrentarse a su realidad social que defendiendo su fortaleza más obvia. Esto también es una constante en el cine de Bahrani. La inmigración, el mestizaje, el intercambio cultural sirve para construir una sociedad nueva, sinérgica, mejorada. Lo hace con la boca pequeña, siempre entre líneas. Porque lo que le importa a Bahrani no es la inmigración sino los personajes.
William, un viejo renegado y arisco se cruza en el camino de Solo encargándole una extraña misión: volverá a por él a finales de mes para llevarlo a Blowing Rock, la cima de una montaña donde el viento sopla hacia arriba. Es un viaje sin retorno, entiende enseguida Solo, queriendo saber el motivo que le lleva a su cliente a tomar una decisión tan dramática. Un hombre como él, henchido de vigor y de seguridad, acostumbrado a hacer más fácil la vida de quienes le rodean, se ve incapaz de aceptar que haya quien pueda verse embarcado en un viaje del que no quiera volver después de haberse desprendido de todas sus propiedades, de su dinero, vivienda y ropa. Se entromete en la vida de William, en fin, porque se ve incapaz de comprender los mecanismos emocionales que puede llevar a un hombre a abandonar todo lo que tiene, y hacerlo para siempre. Por eso le sigue acompañando en sus viajes a la ciudad, al cine, al motel. Por eso permanecerá a su lado hasta al final.
Las referencias a La Balada de Narayama son inevitables, no tanto los motivos que persiguen sus protagonistas. La senectud de William no supone una carga para la familia que queda atrás sino para él mismo, incapaz de convivir con sus recuerdos y pasado. Exiliado de su presente por voluntad propia, el viejo no va a permitir, sin embargo, que Solo se entrometa en una decisión que ya tiene tomada; un acto de Fe que, en realidad, oculta una lección de vida de porte inexorable en la cima de de una montaña embebida de vientos oscilantes, paisajes redentores, segundas oportunidades… Un final de apostura sublime y desarrollo emocionante, que no solo se niega a traicionar su tesis de partida: la refuta con imágenes inconsolablemente bellas, definitivamente insondables.
Es la penúltima película de su joven director Ramin Bahrani, una de las películas más notables de 2008.