Como ocurriera con “Smoking room” hace unos años, este 2008 nos trae a la cartelera una película española que, partiendo de un concepto empresarial anglosajón, mete el escalpelo en el mundo de las relaciones laborales que se producen en el seno de nuestras compañías patrias.
El “casual day”, generalmente el viernes, es el día en que los empleados de las empresas pueden dejar colgado en el armario su riguroso traje de chaqueta para ir vestidos de una manera más informal, anticipando el fin de semana que está por llegar. Dicha moda -de la que reniega Larry Winget, el pitbull del desarrollo profesional, que no entiende por qué se puede ir al trabajo vestido como un vagabundo un día a la semana -se va implantando en España tímidamente y poco a poca, en realidad.
La película de Max Lemcke, apreciable aunque desigual, se concentra en el fin de semana que, en un alojamiento rural, pasan un grupo de directivos de una empresa española para hacer equipo (team building), hablar del año, planes y objetivos de futuro, etcétera. Y las cosas que les pasan. Sus relaciones, anhelos, deseos, frustraciones y contratiempos. Y sus conversaciones, que es donde radica el punto fuerte de la película.
Los personajes, a través de un reparto coral que resulta un acierto pleno de cásting, rozan el sobresaliente en la mayoría de las ocasiones. Y, como suele ocurrir en la vida real, los “malos” son los personajes más interesantes y golosos de la función. Juan Diego, como el directivo estrella, el veterano que deja impronta en los suyos, el Padrino que hace y deshace a su antojo, el Padre Padrone que, en un diálogo memorable, echa de la empresa a una trabajadora a la que, al final, no le queda sino pedir perdón y dar las gracias. O eso, o escupirle a la cara al mamón de su jefe.
Y Luis Tosar, otro actor hipnótico y desasosegante, que representa a las mil maravillas al velado acosador sexual y laboral, tramposo, arribista y vividor que tiene en un puño a todos los trabajadores de la empresa que dependen de él.
Está el psicólogo-consultor, cómplice en los manejos de la empresa a la hora de humillar a sus empleados, el tabardillo siempre quejoso, con razón o sin ella, y el eterno perdedor que nunca subirá de planta. Las relaciones de todos ellos, los roll-play a que asistimos, la batalla con trazadoras de pintura... están excepcionalmente conseguidas, convirtiendo la película en una excelente crítica de un modelo de explotación laboral cada vez más impuesto en la empresa española, con la diatriba de Juan Diego acerca de la importancia que tiene poder permitirse un Audi A8 (el coche que te compras si tienes pasta, ni placer de conducir ni leches) y de cómo hay que dejarse la piel del culo en el sillón de la oficina para poder conseguirlo.
Sin embargo, toda la parte de Inés (presente y ausente) resulta cansina y las relaciones parapaterno-filiales que se dan en la película, aunque sirven para mostrar cómo funciona todo el tinglado de enchufes, relaciones sociales, amiguismos y demás, resulta demasiado forzado. Como algunos papeles, que de tan cortos que han quedado tras salir de la sala de montaje, casi mejor que hubieran desparecido.
“Casual day” es, por tanto, una estimable película que demuestra que el cine español puede ser realista, mordaz, sarcástico y crítico a la vez que divertido y, sobre todo, bien hecho: bien escrito, bien interpretado y bien dirigido. No en vano, gentes como Luis García Berlanga, Azcona o Fernando Fernán Gómez eran parte de nuestro cine...
Lo mejor: los actores, con Juan Diego a la cabeza. Y el cartel de la película. Excelente.
Lo peor: La falta de cohesión de las distintas historias. La mano de “Camera café” es alargada.