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Red nights

Red Nights  es una cinta perversa, a ratos rabiosamente retorcida; lo es para con sus personajes (a los que en ningún momento deja bajar la guardia) y lo es para con el público (al que le niega en todo momento la posibilidad de identificarse con aquéllos); es, además, profusamente expresionista (en sus formas, en sus elecciones cromáticas, en su puesta en escena; en el uso de la luz), fetichista (pies, zapatos de tacón, látex, cajas chinas, perfumes protagonizan múltiples primeros planos), finalmente, violenta (incluyendo una secuencia de tortura especialmente desagradable).

Publicado: 21/10/2010

En realidad, y como ejercicio de estilo y cinefilia, es una película que depende tanto de su argumento como de su apariencia. Nunca antes una obra había supeditado, de este modo, su narración a la importancia de todos y cuantos elementos objetuales y de atrezzo aparecen en ella; hasta tal punto, que no tardan en apropiarse de su identidad. Los directores Julien Carbon y Laurent Courtiaud, críticos de cine reconvertidos a guionistas en el Hong Kong de mediados de los noventa, no pretenden otra cosa. Red Nights es, de principio a fin, un capricho formalista. 

El obsesivo deseo de una mujer oriental por poseer una calavera de jade que oculta, en su seno, un secreto ancestral, determina el primer movimiento. Una joven mujer rubia, antitética de aquélla solo en apariencia, pretende venderle dicho envoltorio después de haberlo robado a un tercero, a la sazón dueño por derecho propio del objeto de deseo, que naturalmente pretende recuperar cuanto antes. Todos los personajes, pues, persiguen el mismo objeto, una vez sustraído,  aunque sus motivaciones (dinero, ambición o poder) para alcanzarlo difieran (si bien lo hacen solo en esencia). Hasta tal punto este esquema de deseo determina la narrativa del film  que podemos afirmar que todo Red Nights es, en si mismo, un macguffin. Alrededor de él se arremolinan una suerte de personajes a cual más despreciable. La una (Carrie Ng) es una mujer rica, de pose misteriosa y tendencias sádicas, empresaria operística, diseñadora de perfumes, asesina ritual, particularmente obsesionada por la sangre (y por el color rojo), el dolor (no siempre ajenos) y la dominación (también desde el punto de vista sexual como no tarda en recordarla a la pornstar Kotone Amamiya en la primera secuencia del film). La otra es una joven francófona (Frederique Bel) que acaba de decidir tomar las riendas de su vida, por ejemplo, asesinando a aquél que hasta entonces era su amante. El otro (Jack Kao) es un gángster prototípico: vengativo, colérico, de comportamiento previsible. No se queda atrás (también referido en términos de ambición)  la ingente colección de femmes fatales que los rodean. 

Personajes, argumento y atrezzo hacen de Red Night, en fin, una estereotipada (pero sorprendente),  iconoclasta (a niveles enfermizos), exótica (aunque cosmopolita), erótica (y también sensual), cinéfila (y tangencialmente tarantiniana) y, sobre todo,  siniestra fábula de venganzas y ambiciones nonsense, repleta de violencia y puntos de giro (algunos sumamente gratificantes). Una ópera prima de marcado perfil autoconsciente que mezcla, con un atrevimiento estético singularmente vindicable, el polar francés, el cine  de terror europeo de los sesenta, las producciones de la Golden Harvest, la Pinky Violence y el Heroic Bloodseed hongkonés de finales de los ochenta. Un batiburrillo de géneros y derivaciones conceptuales ciertamente embriagador y que no dejará indiferente a nadie. Naturalmente, ésta es la intención de sus directores.  

J. P. Bango 

"Red nights" se proyectará en la Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror de Granada - Fantasmagoria 2010.

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