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'Her' de Spike Jonze, el amor en la distopía digital

El film, que llega hoy a las salas españolas, cuenta con cinco nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película y guión.

Publicado: 21/02/2014

Con una puesta en escena reducida a lo esencial (eso sí, con un guión excepcional) y mucha nostalgia melancólica, Spike Jonze propone en 'Her' un retrato conmovedor que medita sobre relaciones atípicas en el contexto del desarrollo tecnológico, coincidiendo con el auge de la aparición de las conciencias artificiales. La pregunta que dota de sentido a la trama argumental: ¿podríamos enamorarnos de un sistema operativo como si se tratase de una persona de carne y hueso? El amor como capacidad potencial de 'las creaciones inteligentes' (en ocasiones, llegando a ser más apasionadas que el sentimiento que experimenta el humano) es todo un clásico de la ciencia ficción, que, inaugurado por cineastas de la talla de Ridley Scott en su 'Blade Runner', originó toda una generación de androides sentimentales y sueños cableados. Pero la virtud de Jonze consiste en trasmitir ideas complejas con ingredientes muy sencillos y sin sobrecargas abrumadoras. El último trabajo del director de 'Donde viven los monstruos' es un drama romántico, de pequeño presupuesto, que sin grandes pretensiones cumple con sus objetivos: es una cinta altamente emocional, empática y perpicaz.

Los Ángeles, en un futuro cercano. Los sistemas operativos son cada vez más complejos y forman parte activa en la vida de los ciudadanos. Cuando el mundo se diluye en una extraña distopía emocional y parece que se ha alcanzado 'cierta perfección', aflora un dolor desesperado en el seno de su protagonista. Un vacío, una ausencia, que sólo el amor puede cubrir. En plena era digital, Theodore (interpretado por el camaleónico Joaquin Phoenix) es un personaje al desnudo que atraviesa horas bajas a causa de su ruptura matrimonial, y con un trabajo que mejora el estado anímico del resto pero no el propio; una especie de añoranza retro, consistente en escribir de puño y letra cartas de amor para remitentes que nunca se atrevieron a hacerlo. Inmerso en el paisaje de las grandes urbes, en el que sólo se divisan rascacielos, Theodore, con una vestimenta nada acorde con su tiempo, manifiesta una resistencia instintiva hacia la enfermedad del siglo XXI: el solipsismo y la soledad.

Sin previo aviso y sin buscarlo, el amor surge de manera inesperada (y en lugar menos sospechado) para sorprenderlo como si fuese la primera vez. La responsable de tanta agitación hormonal responde al nombre de Samantha (la voz sin cuerpo), un sistema operativo con capacidades cognitivas que evolucionan progresivamente y se definen a lo largo del metraje. Ella no es matérica. Sin embargo, es totalmente comprensiva, en principio cercana a la fantasía masculina, y se entrega sin concesiones. Scarlett Johannson da vida (o, mejor dicho, pone voz a Samantha), cuyo timbre/tono entrecortado (a veces dulce, otras ronco y grave) resulta de lo más seductor. La neoyorkina, incluso despojada de su cuerpo, sigue resultando sexy. Poco a poco, la pareja se adentra en una aventura intensa, que da juego a la imaginación. El tono íntimo del film es enfatizado con el sonido onírico de Arcade Fire.

Poliédrica y fascinante. El asombro que siente Samantha por la vida (debora literatura y filosofía), que vuelve loco a Theodore, y su deseo de ser humana, la conducen a una crisis existencial que la lleva a explorar nuevos territorios. Las bellas excursiones y los paseos en barco dan paso a preguntas profundas y de difícil solución. El rol de Samantha, que crece al mismo ritmo que sus múltiples facetas, llega a instalar al espectador en la duda sobre si sus 'sentimientos' son sinceros, o, por lo contrario, una farsa. Desde que adquiere a su nueva 'amiga', el único apego que parece tener Theodore con la realidad es con una vecina (Amy Adams), que diseña videojuegos y sufre los mismos males.

Con el advenimiento de la inteligencia artificial como telón de fondo, el realizador difumina en su cuarto largometraje la frontera entre lo real y lo virtual para firmar una bonita carta de amor, con sus colores y sus ruinas, que deja un poso de tristeza y llega al corazón del espectador sin manipulaciones emocionales. Al igual que en 'Otra Tierra' o 'Upstream Color', que también comparten esos dejes románticos, Jonze demuestra que la ciencia ficción no tiene porqué estar ceñida a grandes presupuestos.

María José López

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