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"Deseo, Peligro" por David López

Publicado: 17/12/2007

Con una trayectoria errática y plural a sus espaldas, la nueva obra de Ang Lee, “Deseo, Peligro”, habían encauzado una serie de reflexiones desde su primerizo pase en la Mostra de Venecia, donde no en vano obtuvo el León de Oro.

La primera de ellas hacía referencia a lo que parecía un metraje excesivo a todas luces (157 minutos) que prolongaba las acciones secundarias más allá de lo debido. Por otro, era revelador (y hay una anécdota muy divertida del señor Carlos Pumares al respecto) descubrir como el principal interés de muchos espectadores, así como el centro de atención de aquellos que se acercaban con curiosidad casi antropológica a ver esta película, eran las escenas de sexo, censuradas en su estreno local, y que habían sido descritas en las previews del film como “intensas y explícitas”.

Pues antes de comenzar nuestro análisis cabe señalar precisamente dos cosas: a pesar de sus altibajos, su duración no es ni un inconveniente ni un mero recurso de grandilocuencia autoral, y el sexo, aún siendo una realidad fundamental de un proyecto como éste, no es el foco destacado de un relato más preocupado por la psicología de unos personajes y una época, así como por dibujar las consecuencias irreparables de la pérdida de la inocencia, que en trazar las líneas maestras de un thriller de alto voltaje erótico.

Supuestamente, “Deseo, Peligro” marca el retorno de Lee a sus raíces, entendidas éstas como la idiosincrasia que acompañaba a sus primeras producciones en el gigante asiático antes de su salto a otro gigante cinematográfico (es decir, títulos como “Comer, beber, amar” o “El banquete de bodas”). Su realizador bascula aquí entre la lujosa exquisitez formal y artística, con una cuidada y sugerente puesta en escena que fortifica la fotografía de Rodrigo Prieto y la música de Alexandre Desplet, y la elegancia de sus retratos íntimos, algo que justifica la vehemencia de los planos compartidos por la debutante Tang Wei y el siempre intrigante Tony Leung, auténtica alma de esta película, y que reafirman cómo repulsión y atracción no son sino dos caras de la misma moneda. Es por ello que la predilección por el melodrama romántico que despierta su recreación del cosmopolita Shanghai de la década de los 40 (incluyendo esas idealizadas e incómodas salas de cine de la época) y su narración presa de amores tormentosos, luchas de intereses y conspiración política puede resultar atractiva para el cinéfilo nostálgico pero siempre quedará lejos de alcanzar el status del clásico, si bien conserva cierto aroma inequívoco.

El plan de los jóvenes integrantes de una compañía teatral china para asesinar a un importante colaboracionista del invasor nipón durante la Segunda Guerra Mundial comienza, con demasiada parsimonia, entre primeros peldaños hacia la madurez, hasta que estalla el detonante de la crisis moral que marcará el resto de sus pasos. Un homicidio brutal a sangra fría (posiblemente, una de las escenas más memorables) que supondrá una escisión irreconciliable y la primera disyuntiva entre razón y pasión, entre actuar acorde al deber o hacer concesiones a los dictados del corazón. Así, aunque la historia demore el ritmo más de lo necesario, el primer encuentro de Wai y Leung en torno a la calidez de una mesa compone con maestría las notas de una ficción que nos llevará por los derroteros del deseo, siempre peligroso, efectivamente, y la culpa intransigente, dolorosa e insalvable. Si Wai se convierte con su mentira seductora en el icono de la lucha del pueblo chino a pesar de que su fidelidad a la causa vacilará por el mismo ímpetu de las anhelos humanos (definitivamente, el verdadero quid de la cuestión), Leung encarna a un tipo autoritario de una sobriedad alarmante que en el fondo sólo siente desasosiego por lo que hace y que halla en sus masoquistas relaciones con la primera la liberación a su demoledor pesar.

El conflicto físico y psicológico entre ambos es el principal motor de la trama de una película ejemplar y distinguida que acierta donde fallaba el otro drama romántico de coartada histórica de la temporada. Me refiero a “Blood Brothers” de Alexi Tan, un film que a pesar de sus (escasos) hallazgos, traducía su nostalgia por lo clásico en reinterpretación contemporánea contaminada hasta los extremos de la caricatura. Lee apuesta por revivir aquel espíritu pero consciente de las distancias, traspasando la anécdota del romance al borde del abismo con otro tipo de lecciones de mayor calado acerca de las consecuencias éticas de adentrarse en terrenos vedados donde está en juego mucho más que la propia vida.

Como siempre, muy recomendable.

David López

Gastón en 14/01/2008

Me ha maravillado la capacidad de Ang Lee de dotar este film de diferentes niveles de lectura que pueden pasar desapercibidos y que sin embargo están expuestos a plena luz, con absoluta claridad.
“Deseo, peligro” tiene la engañosa apariencia de un thriller melodramático que funciona sólo medianamente bien. Vista la película como una historia de amour fou resultará insatisfactoria, porque pesará demasiado el thriller (y hasta sobraría el primer tercio del film) y habría un inexplicable desequlibrio entre los dos protagonistas. Y vista como un thriller de espias se deben hacer insoportables, por innecesarios, al menos 50 minutos de metraje que no aportan nada significativo a dicha trama.
Y sin embargo hay otra historia. Una historia muy dura. Durísima. Y oculta. Oculta, tapada, sórdida y encubierta por propios y extraños desde hace cientos de años. Una historia que a pesar de que hoy día sale con frecuencia en los medios de comunicación continúa sin ser admitida por la vergüenza que da. Ang Lee intenta mostrarnoslo como en uno de esos juegos de óptica de punto ciego: sólo la podemos atisbar cuando no la miramos directamente.
Es la historia de una mujer maltratada, de la violencia contra las mujeres, de la violencia de género, de la cosificación de la mujer, de su instrumentalización mediante los sutiles, invisibles, mecanismos de la sociedad. Y ahí Ang Lee consigue el milagro de hacer visible lo invisible.
Esa es la historia que vertebra todo el film, desde el primer hasta el último fotograma, que se va enhebrando con detalles triviales que parecen irrelevantes para la trama, pero que son imprescindibles para que eche a volar por encima de todo lo demás la historia de Wong Chia Chi y de millones de mujeres. La biografía de una típica mujer víctima de los abusos en una sociedad, ejem, patriarcal.
Todo está ahí. Los arquetipos y situaciones comunes a tantas historias: abandonos familiares, penurias, individuos aprovechados o que miran a otro lado, violaciones que pretenden pasar por sexo consentido, más obediencia a los diferentes hombres del entorno, más violaciones, más coacciones y la trampa mortal de los sentimientos y la compasión con el típico maltratador, mezquino, cruel, miserable y desdichado maltratador. La trampa mortal de la esperanza.
Y todo con la connivencia del resto de la sociedad. Y hasta del espectador, que, casi siempre, cree estar viendo una rara y apasionada historia de amor… cuando nada hay más lejos del amor.
Gracias, Ang Lee, por ponernos delante del espejo.

nuno en 04/01/2008

Está bien, es sólido.
Se echa en falta alguna referencia a la asombrosa o sospechosa semejanza de la clave principal de la peli con la clave principal de otra peli, como es La Vida de los otros....,en esta última se redime al bueno mientras que en la que nos ocupa es el malo el redimido...., me resulta curioso.

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