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'Caníbal', la redención del monstruo a través del amor

El excelente cuarto largometraje de Manuel Martín Cuenca llega hoy a las salas españolas tras su paso por el Zinemaldia.

Publicado: 11/10/2013

El discurso feroz que Eugenio Martín incorporó a la herencia del fantaterror español con 'Una vela para el diablo' (posiblemente, su obra maestra), da señales de vida de la mano de Manuel Martín Cuenca en 'Caníbal', una asombrosa y extraña historia de amor, que combina con elegancia horror, folclore y crítica social. El reconocimiento y la búsqueda de la identidad a través de crímenes bizarros y de episodios dignos de la portada de revistas como 'El Caso' es el recurso del almeriense para centrar un relato costumbrista en el barbarismo de la España negra. A diferencia del clima asfixiante y el montaje giallesco que empuñaba el director de 'Pánico en el Transiberiano' para describir el lado oscuro de una Andalucía profunda a partir del retrato de dos beatas asesinas, Martín apuesta por la sobriedad y la austeridad para encapsular un breve instante de la vida de Carlos, un sastre granadino, cuyos hábitos alimenticios rompen con uno de los mayores tabúes de la humanidad.

Despojar de florituras a una Granada siniestra, suspendida en el tiempo, y captar su esencia desde una atemporalidad eterna, es uno de los objetivos cumplidos de Martín, que con un cine desnudo muestra a un demonio sin sentimiento de culpa cuyo 'leit motiv' es satisfacer su deseo en actos puros de crueldad. Además de trabajar en la sastrería con la misma perfección y rigor que exhibe en sus crímenes, Carlos, un tipo normal que vive oculto en la apariencia, resulta ser un caníbal (un maldito) en la sombra de la Acera del Darro. Un personaje átono, una tabla rasa de la que no sabemos nada. Un Antonio de la Torre inquietante y perturbador, que concuerda con la precisión quirúrgica de la obra. En apariencia tan gélida como los encuadres de Haneke, pero cálida tras la forma, su planteamiento se apoya en la posibilidad de redención y el advenimiento de sentimientos en el monstruo, que vive por primera vez el amor desde el asombro. Los juegos de luces aportan un cuerpo pictórico a una fotografía que se acerca a clásicos de los setenta, dotando al relato de un toque de sombría fantasía. Sus magníficos planos, que procuran radiografiar el mundo exterior desde el interior a través de ventanas y puertas, insinúan que en esa España al margen de los designios del tiempo siempre hay una mirada voyeurística que observa y escruta la realidad.

También la trama fantástica se alimenta del realismo literario del que bebía Edgar Neville en 'La torre de los siete jorobados', una crónica del Madrid castizo enturbiada por la anomalía: una ciudad subterránea poblada de jorobados, un concepto que se repite en cierto modo en el cuarto trabajo del realizador de 'La mitad de Óscar'. Desde la sutileza y la sugerencia, introduce un elemento con sello propio: la inclusión de lo extraño en lo cotidiano, piedra de toque del fantastique. Tras la aparente normalidad se esconde algo macabro y abominable capaz de trastocar el orden natural de las cosas.

Abogando por el poder de la sugestión de los sonidos 'acusmáticos', en ocasiones hasta incomodar al espectador, caso del zumbido omnipresente de la nevera en la guarida de la bestia, y provocativo en lo que se refiere a su uso, Martín activa sensaciones propias del cine de terror con el crepitar de las puertas o el replicar de las campanas. A veces se palpan las texturas. Con los mínimos elementos (un terrible secreto a punto de explotar, una figura hierática, el silencio y un chorro de agua que no cesa de brotar de un grifo), la escena en la cocina resulta especialmente tensa y violenta. De este modo, 'Caníbal' cumple con las teorías de Heather Emmett en 'El lenguaje sonoro en el terror', donde las sonoridades relacionadas con el agua, a menudo anticipan el mal o la locura, y acompañan momentos de estrés o muerte. Una opción narrativa que volverá a cobrar protagonismo en una de las secuencias más angustiosas del film, aquella que aúna en una playa el romper de las olas en la orilla y los gritos de la presa mientras el depredador acecha.

María José López

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