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Sleeping Beauty

Precedida por una campaña de marketing muy sugerente, el drama erótico “Sleeping Beauty” era una de las películas más enigmáticas de todas cuantas desfilaron por la Sección Oficial del Festival de Cannes. Bajo la tutela de Jane Campion, la cinta se exhibía como una de las más esperadas de la competición, especialmente, teniendo en cuenta que era el debut como directora de la escritora australiana Julia Leigh, conocida hasta la fecha, básicamente, por sus novelas “The hunter” y “Disquiet”.

Publicado: 04/06/2011

“Sleeping Beauty” se presenta como una revisión contemporánea del cuento tradicional “La bella durmiente” pero en tono sicalíptico. Una puesta al día de todo un clásico de la literatura infantil a la manera de David Slade y su “Hard Candy”, en el que se reinterpretaba la figura de Caperucita Roja reencarnándola en una jovencita que pierde la inocencia para terminar comiéndose al lobo. Aquí, la realizadora no espera a que un príncipe despierte a la bella con un beso; ahora ésta venderá sus encantos mientras duerme, aunque para ello tenga que emplear narcóticos. Las atmósferas etéreas y glaciales, así como la exclusividad y la privacidad de una extraña mansión, en la que se llevan a cabo las fantasías más lascivas para agasajar con servicios especiales a una clientela que pertenece a las altas esferas de la sociedad, intentan recrear un ambiente análogo al que Kubrick ideó para “Eyes Wide Shut” aunque mucho más contenido y menos desbordante.  

Emily Browning (a la que nunca habíamos visto desnuda en la gran pantalla) interpreta a una universitaria llamada Lucy, que se sumerge en un mundo oculto y misterioso de deseo, belleza y silencio, en un papel tan angelical como explosivo, que nunca deja indiferente; la actriz se convierte en el mayor reclamo a pesar de asumir un papel poco proclive a expresar sus emociones, lacónico y parco en palabras. La joven Lucy, tras haber flirteado en más de una ocasión con la prostitución, además de contar con trabajos de poca monta, muestra curiosidad por un anuncio que descubre en un periódico. Tras ser entrevistada por una madam que, a modo de bruja de cuento de hadas, se gana la confianza de las niñas, es sometida a un estricto interrogatorio y una rigurosa exploración, conociendo así de primera mano las normas que debe respetar y cumplir, necesarias para ingresar en un club en el que solo resta por conocer los gustos de sus seniles parroquianos. 

La ópera prima de Leigh viene marcada por un estilo austero y refinado, de una belleza depurada en cada plano que concuerda con una banda sonora minimalista. La gelidez y la sobriedad inunda y recorre toda la película, desde la decoración hasta la interpretación y, más que visible aún, en una planificación fílmica que resulta milimétrica y sin riesgos, tanto que llega a parecer medida con voluntad cartesiana. El abuso de planos fijos y la ausencia de travelling producen un efecto aterido que elimina en principio toda posible empatía del espectador con los personajes. La pérdida de credibilidad de la cinta alcanza su momento álgido en la escena en la que un cliente asiduo se dirige directamente a cámara mientras lanza un monólogo, probablemente, una secuencia terrible que rompe por completo con el discurso de la ficción.

Además, las maneras academicistas de Leigh impiden profundizar en los rasgos psicológicos de los distintos roles, situación que, significativamente, se agudiza con Lucy, cuyo carácter radicalmente pasivo es el que parece impulsarla a buscar sus propios límites, en una línea similar a “Samaritan girl” de Kim Ki-duk, donde los motivos que llevan a dos adolescentes a coquetear con la prostitución no acaban de aclararse, especialmente en este caso, en el que la modulación final redentora arruina la especulación. En “Sleeping Beauty” no hay espacio para la expiación pero sí para el horror de su protagonista, a través del abrumador grito que le induce uno de sus peores despertares, atosigada por una realidad que ahora vislumbra como pesadilla.

“Sleeping Beauty” se postula como una adaptación inconfesa de la novela “La casa de las bellas durmientes” del escritor japonés Yasunari Kawabata, en la que se relatan las prácticas ejecutadas en una exótica posada, a las afueras de Tokio, a la que acuden ancianos de cierto linaje para disfrutar de la compañía de vírgenes mientras éstas permanecen sedadas. Las reglas son inviolables, los  viejos no pueden mantener relaciones sexuales con las adolescentes. De esta manera, los usuarios solo pueden retroalimentar sus febriles sueños y anhelos mientras rehúsan del temor de mostrar sus decrépitos cuerpos. La australiana, siguiendo la estela del nipón, intenta servirse de la ficción para reflexionar sobre las pasiones, la pérdida de la inocencia, y los replanteamientos morales que pueden surgir en el crepúsculo de la vida, como hizo García Márquez en “Memorias de mis putas tristes”. 

María José López

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pietro en 23/05/2012

Daniela para la próxima vez te aconsejo "running beauty" !! Los efectos de demasiado cine americano....

Daniela en 31/10/2011

Yo vi la película, me pareció lenta... Pero no comprendí el final... Me podrían ayudar por favor?

Youtrailer en 05/06/2011

Habéis despertado mi curiosidad. A ver cuando puede verse en españa

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