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'L'image manquante', los fotogramas perdidos del genocidio camboyano

El documental de Rithy Pahn, premio Una Cierta Mirada del pasado Festival de Cannes, opta esta noche al Oscar a la mejor película extranjera de habla no inglesa.

Publicado: 02/03/2014

“En la imagen que falta se oculta la verdad”, aseguraba Jean-Luc Godard a propósito del intersticio, el espaciamiento que surge entre dos imágenes que se precipitan al vacío, y al cine como instrumento para “filmar un pensamiento en marcha”, que se desmarca de concepciones totalitarias. De manera creativa y haciendo gala de un estilo muy original, Rithy Panh (cronista camboyano del llamado cine de pesadilla que mira a la década de los 70) aborda en 'L'image manquante', las crueldades que sufrió su pueblo a causa del totalitarismo impuesto por los jemeres rojos (1975-1979), bajo el liderazgo del sanguinario Pol Pot. Incomparable con otros documentalistas, el realizador, superviviente de la barbarie, recoge lo que sucedió cuando las cámaras no estaban filmando, produciendo las imágenes que nunca existieron pero que son absolutamente necesarias. 'L'image manquante' es una interpelación desde el marxismo a políticas que, pretendiendo ser marxistas, se convirtieron en máquinas de matar.

De carga autobiográfica, el último trabajo del asiático es un apasionante poema cinematográfico a su país natal y un ejercicio de memoria como resistencia a las versiones oficiales. Repleto de sentimientos tristes y sinceros, Pahn expone con clara elocuencia su visión sobre la opresión a través de una obra maravillosa. Un collage visual que, siguiendo el camino iniciado por Feuerbach y continuado por Marx, lanza una crítica a la ideología: a su intención perversa de engañar al Otro, a la monopolización del pensamiento y a su consabida deformación de la realidad. “No hay verdad, sólo hay cine. La revolución es cine”, confiesa el artista en referencia a la propaganda y la artificialidad de los sistemas, y como el 'khmer rouge' se sirvió del celuloide para justificar sus operaciones de explotación y actividades homicidas en nombre de la prosperidad.

Con pequeñas tallas de madera, de gran expresividad y polícromas, el realizador coloca sus figuras en elaborados dioramas, completando de manera poética y artesanal los huecos de la memoria. El stop-motion da forma a los recuerdos devastadores del 'protagonista', anteriores a la revolución (la capital, una ciudad occidentalizada, con plazas bulliciosas y niños de mejillas coloreadas), que contrastan con los rostros famélicos de la población, víctimas de la escalada al poder de Pol Pot. Con sus composiciones tridimensionales, el de Nom Pen reconstruye la intrahistoria: las vidas de aquéllos que fueron olvidados por el recuento oficial; o los hechos aparentemente prosaicos y repetitivos (final), que cobran vida gracias a su singular imaginería. Gente sin nombre, frente a imágenes espeluznantes y monócromas de la Historia (el material filmico procedente de los archivos de la propaganda del régimen) que son recuperadas para la película.

En el ahelo de rescatar la inocencia perdida en los arrozales o cavando tumbas durante años de caos y convulsión política, el autor, que representado por su propio muñeco narra en primera persona el exterminio de sus allegados, emplea este recurso técnico para distanciarse de sus experiencias vitales y emocionales. Intimamente ligado a la tragedia, crea su propio espacio, un lugar que no es real sino un vacío plástico donde ubicar recuerdos tortuosos, que conecta con el pasado para homenajear a los que no pueden gritar más. Si solo los villanos tiene la oportunidad de construir sus versiones de la historia, ¿cómo escuchar las voces mudas de las víctimas?

Conforme a extrañas interpretaciones del marxismo y el maoismo, los ciudadanos, esclavizados por los tiranos, fueron despojados de cualquier propiedad física o libertad individual, y forzados a trabajar por el bienestar comunitario en campos de reclutamiento, donde la gente era 'reeducada' y 'purificada' bajo el yugo del socialismo revolucionario. Recrearon el gran teatro de la crueldad y el miedo fue orquestado por una oligarquía despiadada que se empleó a fondo en deshumanizar y provocar psicosis en la población. Exaltando la pureza de las sociedades preindustriales y el concepto rousseauniano del buen salvaje, la falsa promesa de la igualdad enarbolada por el 'Khemer rouge', que perpetró uno de los mayores genicidios de la historia (millones de camboyanos fueron asesinados en masa), llevó al cineasta a vivir un infierno personal: los acontecimiento macabros condujeron a la muerte a sus familiares. El dolor y los traumas no resueltos están presentes en este relato sombrío, que es un oscuro viaje por los entresijos del pasado.

María José López

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