'El sacrificio de un ciervo sagrado' ('The killing of a sacred deer') nos explica la vida de un cirujano, Steven, el cual es sometido a una situación inexplicable propia del universo del director, donde sus familiares serán víctimas de una desgracia enigmática y misteriosa. Colin Farrell y Nicole Kidman constituyen la pareja protagonista de la cinta, un matrimonio con dos hijos a su cargo, interpretados por Rafey Cassidi y Sunny Suljic.
La película nos trae de vuelta los personajes huecos, las conversaciones planas e infantiles, las acciones inverosímiles e ilógicas. Toda la genética Lanthimos sigue estando presente. Los comportamientos siguen heredándose, reproduciéndose y propagándose como un desorden mental en la población. Su universo vuelve a mostrarse tal y como lo recordábamos, como si todas sus obras coexistieran en el mismo tiempo y espacio. Aquí tendría cabida el grupo Alps, apareciendo por los pasillos donde trabaja Steven, o esa chica que se escapa finalmente de un maletero del mismo párking del hospital. Pero a estas alturas ya tendríamos que saber que estamos ante un director que no sólo ha sabido crear una obra, sino que también ha creado un estilo y un género que siempre nos golpea con cada acción de sus muñecos.
La fotografía vuelve a ser impecable, planos fijos enmarcando acciones, a veces asimétricos, y sutiles travellings que nos remarcarán que su dirección artística siempre está a la altura de las circunstancias. Su compañero Thimios Bakatatakis siempre nos ofrece una limpieza visual que hipnotiza, mostrándonos ese blanco hospital aséptico, que revolverá nuestra mente cuando empecemos a conocer a Martin. Este adolescente (Barry Keoghan) se convertirá en un peculiar amigo del cirujano después de que su padre falleciera por una supuesta negligencia de Steven. Contemplaremos a un protagonista incapacitado ante hechos no demostrables. Un castigo divino providente de Martin operará el pasado y el presente, donde juzgará mediante un poder omnipresente. Aquí se debe señalar la gran actuación de Keoghan, destacando por encima de Kidman y Farrell, un chico perspicaz y astuto, siempre seguro de sus acciones, confeccionando una imagen universal y todopoderosa, que nos gustará y repugnará a partes iguales.
El director juega con un detalle seco e intrínseco, explicándonos un hecho que no contemplaremos en ningún momento. Lentamente, observaremos que la figura del chico será eje central de la trama, trasladándonos a una enfermedad que recaerá sobre las decisiones de Steven. Se introducirá en la cotidianidad del matrimonio de una manera simbólica y metafórica, sembrando cautelosamente el escepticismo que tanto alabamos de Lanthimos. El guión vuelve a escribirlo junto con Efthymis Filippou, con el que ya ha trabajado con anterioridad. Pero aquí la fórmula creada por ambos sobrepasa los límites de esa docilidad y sumisión que siempre permitimos al director. Notamos que ya estamos delante de una obra demasiado lejana a nuestro entendimiento, dejándole consentir algo mágico y sobrenatural que deberemos creernos sin más. Aunque no es menos cierto que en 'Langosta' ya existía esa incomprensible sala de transformación persona-animal. Pero, aún así, esa sala era un estado de finalización, no un proceso que iremos observando a lo largo de la cinta y que sustenta todo el recorrido del guión. Es por ello que una vez finalizada percibimos una obra vacua, con un desenlace y una imagen final no tan impactante como en sus anteriores obras. La crudeza de los comportamientos humanos resulta confusa por algo que se escapa a nuestra razón.
No obstante, si sabemos dejarnos llevar y volvemos a abrir nuestra mente, dejando pasar todo pensamiento de Lanthimos, veremos una idea desnuda y despojada de todo alarde sentimental. Un film directo a descolocarnos, con esa fuerza áspera y brusca que nos involucrará hasta hacernos quedar paralizados, contemplando una obra extraña e inteligente. Descubriremos una ingeniosa mentalidad, pura e íntegra, desnuda, desobedeciendo la integridad del guión, pero que aún así agitará nuestra visión de la conducta humana. Esta vez el griego nos ha obligado a creer en él, pero confiamos en que ahora que se ha atrevido a traspasar finalmente los límites donde nos tenía acostumbrados, sus nuevas obras nos muestren nuevos niveles de brutalidad humana y nos obligue, de verdad, a quedar inmóviles en nuestra butaca.